Desde hace tiempo,
Marichu no se reconoce a sí misma. Otra cosa es que le importe; lo del “una
misma”, “así soy yo”, etc., le importa bastante poco. No entiende que sea tan
importante, si a su alrededor todo es tan complicado. A veces le es más cómodo,
sobre todo por los demás, dejarse llevar y ser el “una misma” que ellos quieren
que sea. Se tranquilizan, son amables, la tratan bien.
Pero a Marichu, en ese
momento en que, con “amigos”, está fingiendo ser amable, de repente se le
despierta el instinto asesino, ese que creía que había desaparecido. Unas veces
alza la voz, monta un follón, se dedica a sacar lo que lleva dentro. Otras veces
murmura: me tengo que ir, me hago pis, y deja a los demás callados y asombrados
(o no), en ambas situaciones.
Marichu cada vez piensa
más a menudo que su vida social, su vida de relación con los demás, está desapareciendo.
O por lo menos que ella no sabe lo que es. Y si vuelve la vista hacia atrás, cree
que no lo ha sabido nunca.
Lo malo es que no
entiende por qué. Se lleva mucho mejor con la gente desconocida, que le provoca
cariño y compasión, con la que le encanta hablar, contar, que la gente
“conocida”, contra la que le surge a veces una ira incontenible. La misma que
le surge contra sí misma, nunca sabe cuándo ni por qué.
Lo peor es cuando aparece
la idea de que no quiere a nadie. Que no ha sabido nunca lo que es querer a
otro, sea quien sea. Y le parece recordar que esa sensación de no querer a
nadie llegó bien pronto a su vida. Sí, tiene recuerdos en bellos colores que
aparentan ser felices y llenos de cariño, pero que Marichu siempre percibe bajo
ellos una línea de amargura.
Su vida ya es larga y
tiene muchos recuerdos en el saco de la espalda. Pero, sin necesidad de sacar alguno
de ellos, ninguno le produce una sensación de amor. De amor pleno, verdadero,
de ese que está en sus libros, en las películas, en algunas (o muchas)
personas.
Pero ella sabe que tiene
un corazón grande, se lo ha demostrado a sí misma muchas veces. Lo malo es que
muchas de las veces que ha usado su gran corazón, siempre sentía en el fondo
que era su obligación. Y eso es el cerebro, que también lo tiene grande y
fuerte. ¿Será que están los dos en perpetua lucha, uno contra otro? Se
desalienta. ¿Le quedará tiempo para conseguir terminar el combate? Con la victoria
del corazón, claro, se permite decirse a sí misma. Y de nuevo se le saltan las
lágrimas.
¿Por
qué, para Marichu, es tan difícil la vida?
(A
lo mejor continúa, no se sabe)