Mostrando entradas con la etiqueta sentimientos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sentimientos. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de enero de 2025

42. UN ELECTRODOMÉSTICO



Cuando yo era pequeña, segunda mitad de los años 40, no había electrodomésticos, pero sí máquinas y personas sustitutivas. Por ejemplo, a la nevera se la llamaba fresquera, y enfriaba las cosas gracias a unos grandes bloques de hielo que unos hombres en tartana traían a mi casa.

La ausencia de la lavadora fue muy importante para mí. Cuando me hacía pis en la cama, o sea casi todos los días. mi madre formaba en fila al servicio delante del lavadero, aquél pedazo de granito sobre el que había que frotar y luego aclara bajo su gran grifo abierto, por supuesto siempre con agua fría. Yo cogía aquella gran sábana blanca mojada, pasaba con ella delante de todos e intentaba, primero, que el jabón de tajo me cupiera en la mano, segundo, restregar bien, y tercero oír la voz llena de pena que se dirigía a mi madre: "Señora, por favor, que ya está. Luisita lo ha hecho bien, terminamos nosotras..."

Imaginad lo que fué para mí la primera lavadora, enorme y redondeada, muy diferente a las actuales. Bueno, y el dejar de hacerme pis, por fín.



sábado, 16 de noviembre de 2024

33. CUANDO ME LIBERO

 


¿Que cuándo me libero? Lo lamento, pero esta frase para mí ya no tiene sentido, tengo muchos años.

Con la edad vas comprendiendo que la palabra "liberación" es propia de la juventud, de la gente a la que le queda todavía mucho por vivir, por experimentar.

Yo creo que nadie se libera de nada, pero sí se puede aprender a comprender, a tolerar, a vivir con todo, a que todo, lo bueno y lo malo, forma parte de tí. Aprendes a aceptarlo y a vivir tratando de potenciar lo bueno, aprender a manejar lo menos bueno, y vivir el día, las horas que pasan lentas, pacientemente y de la mejor manera posible. 


------------------------------------

Curso de Escritura AFDA. Otoño 2004.

32. LO QUE MÁS SE ECHA EN FALTA



En su infancia, su madre apenas la tocó, ni siquiera la peinó o la ayudó a ducharse. De bebé, tenía lo que se llamaba amas de cría, porque su madre no le podía dar el pecho. Y las amas también se encargaban de ella en todo lo demás: vestirla, cambiarla, bañarla, echarla a dormir, casi siempre con un contacto frío e impersonal.

  Luego, cuando creció, si se le ocurría ir a darle un beso a su madre, ésta ladeaba la cara y ofrecía una seria y fría mejilla. Por ejemplo, nunca pensó en echarle los brazos al cuello. Creo que éste fue el origen de su rechazo a que la tocaran. Rehuía el contacto físico. Sólo la tata Valentina podía hacerle las trenzas, puede que sus anchas manos le transmitieran cariño y paz. Luego, a los hermanos que fueron llegando les dejó claro que no le gustaba que la tocaran. Y claro quedó. Lo malo es que dura hasta hoy.

En sus tiempos de colegio, las monjas enseñaban esa misma actitud, "no se toquen", "niñas, sepárense vds.", y sólo eso le facilitó un poco la dura estancia.

Ni siquiera daba la mano a la hora de saludar a alguien, su padre la tenía que ayudar. Ahora comprendo que tuviese fama de dura y huraña, de orgullosa.

Más tarde, una noche llegó el agujero negro de su vida, la violación. No se lo dijo absolutamente a nadie, guardándose el horror dentro de sí. Y, curiosamente, con aquella herida eterna, a ella que es la persona más rara que he conocido, le fue naciendo el interés por el contacto físico. Se fué volviendo afectiva, cariñosa. Las personas que la conocían bien se asombraron un poco, pero quisieron comprender que se estaba haciendo una "persona normal".

Ahora, en su vejez, ella suspira por un beso de cariño, un apretón de manos, el cogerse la mano en medio de una conversación emocionante, un abrazo verdadero, un pasar el brazo por los hombros, una caricia cariñosa. En fin... todos los gestos de cariño, del contacto afectivo.

Es lo que más echa en falta, en la última etapa de su vida.


-------------------------------

Curso de Escritura Creativa AFDA. Otoño 2024.

sábado, 14 de septiembre de 2024

27. LA ROPA Y YO




No tengo una prenda de ropa favorita. Toda la ropa del mundo me ha dirigido la vida siempre, para lo bueno y para lo malo. Adoro la ropa. Toda.

Buenos, podemos hacer la excepción del gran mantel de encaje antiguo de mi abuela, que heredé de mi madre en un paquete antiguo de celofán sin abrir, porque ella, con lo que era, no se había atrevido nunca a usarlo. Y ahora lo he puesto en la mesa del salón de mi piso nuevo y me emociono cada vez que lo veo.

Por qué esa manía de preservar las cosas de casa, de no usarlas, de guardarlas en la oscuridad de los altillos, de los cajones? Aparte de poder tener el horrible síndrome de Diógenes, es no saber disfrutar de la vida. En mi opinión, claro.

Si nos referimos a la ropa de vestir, es mi perdición. Soy de esas mujeres que tienen que salir a la calle perfectas, que estar en casa perfectas. Conforme a su estilo personal, claro. Recuerdo mis 14-16 años, estaba enamorada de todo lo francés (y sigo) y llevaba medias negras tupidas y faldas de vuelo floreadas, con un jersey negro de cuello alto, al estilo de Juliette Greco. Y era superfeliz.

Luego empezaron los problemas porque yo quería todo lo que me gustaba, que era mucho, buscando como una loca mi propio estilo, y cuando veía a mi padre predispuesto, decía: --He visto un jersey maravilloso en Carrión, pero creo que era un poco caro... Mi padre siempre me interrumpía igual:

--De dinero no se habla, es de mala educación. Que lo manden a mi cuenta y ya está.

Y justo así comenzaron todos los graves problemas que la ropa ha causado en mi vida. Aunque no os lo creáis. Pero esa es otra historia.



------------------------------------

Curso de escritura creativa AFDA Aragón. Septiembre 2024.

sábado, 27 de julio de 2024

23. LA FELICIDAD

 


Creo que le tengo manía a la palabra felicidad. Porque todo el mundo habla maravillas de ella, o la desea, o la añora.

Pero si te llega un momento feliz, que la mayoría son eso, momentos, posiblemente no puedas definir lo que estás sintiendo. Y un tiempo después, pienses con añoranza: "qué feliz fui cuando..." o "ese tema creo que me produjo algo de felicidad".

Yo sé lo que es, la paz, la serenidad, el cariño, la alegría, la comunicación, la amistad...

Pensándolo, puede que la felicidad sea el conjunto de todas ellas.



--------------------------

Curso de Escritura AFDA. Julio 2024

sábado, 20 de julio de 2024

21. MI LUGAR FAVORITO

 


Mi lugar favorito ya no existe. Solo en mi cabeza y en las pocas fotos que hicimos. En aquellos tiempos no se hacían fotos más que en las bodas y eso.

Ese lugar era la torre de mi padre. Tenía un nombre, como todas en aquellos tiempos, pero curiosamente lo he olvidado. En otros sitios las llaman fincas, y cosas así más ostentosas, pero en mi infancia y en Zaragoza era la torre. Tenía una era grande, en verano venía la trilladora y se hacía todo el trigo, que terminaba en sacos, en los graneros. A un lado de la era, quedaba una montaña grande de paja, a la que me encantaba subirme. Enseguida alguien me bajaba y me sacudía. No, no una torta ni nada, sino las pajillas que se me habían metido por todas partes y que me seguían picando a lo largo de la tarde.

La torre estaba cercada por setos de plantas por algunos sitios, muretes de cemento y vallas de espino en otros. Se entraba por la verja que se abría a un caminillo bordeado de pinos, en el que sólo cabía un coche, o el carro con los sacos de trigo, o la tartana de Santiago, el torrero, que por las mañanas iba al barrio y a nuestra casa, a repartir la leche de las vacas.

En primer lugar, a la derecha, estaba la pérgola, con un león grande de piedra, que te recibía, casi siempre pintado de verde. Afortunadamente, tengo una foto. La mejor foto de mi vida, con trenzas y calcetines, sentada encima de mi querido león verde. Bendito sea quien se le ocurrió hacer esa foto. No fue mi padre, él no hizo fotos nunca. Mi león y yo, dispuestos ambos para partir al infinito.

Junto a la pérgola estaba la casa de mis padres, grande, de tres pisos y los graneros. En el bajo, la biblioteca-recibidor más bonita que recuerdo, con distintos ambientes separados por columnas, y una gran chimenea en un rincón, con un banco de piedra a cada lado y almohadones de cruceta de colores. Había también dos utensilios de cobre, un atizador y otro cuyo nombre no recuerdo. Y esteras preciosas en todos los ambientes. En los pisos, me impresionaban los armarios, hechos en la pared y hondos como para desaparecer en ellos. Las camas era altas, de hierro, duras, y eso era lo único que no me gustaba mucho.

Al lado de la casa de mis padres estaban la cuadra y el gallinero. Gallinas, gallos, ocas, cerdos, caballos y vacas. Un día, por entrar al gallinero sin avisar, me mordió una oca y fue horrible. No lo volveré a hacer.

Tras una especie de paseo emparrado estaba la casa de los torreros, solo de un piso, pero también con chimenea y de todo, donde a mi madre le obsequiaban con grandes caracoladas, que a ella le encantaban y a mí me daban mucho asco, entonces y ahora.

Y por fin, mi lugar más favorito dentro de mi lugar favorito: frente a la era, había una acequia, rodeada de higueras enormes, donde un día me dejaron, con una tabla vieja, establecer mi taller de barro, cuya primera obra fue un cenicero cuadrado para mi padre, que no fumaba. Y los higos al alcance de la mano. Y enfrente de todo lo descrito, nuestro Ebro, grande y majestuoso, rodeado de arboledas adonde me escapé varias veces a abrazar a los árboles mientras observaba el transcurrir del agua.

Una sola vez en todos aquellos años, el padre Ebro se desbordó torrencialmente, e inundó la torre de mi padre por completo.

Pero esa es otra historia.



--------------------------------------

Curso de Escritura AFDA. Julio 2024.

viernes, 19 de julio de 2024

15. GUAPA-FEA

 



Cuando la feucha nació, Ricitos era preciosa, rubia y con los ojos azules, sonriente. Mamá estaba loca con ella, le compraba botitas blancas y juguetes casi todos los días.

La feucha estaba siempre con el ama de cría, porque mamá ya no tenía leche. El ama también la bañaba y la sacaba de paseo. Un día raro, que parecía más oscuro que los demás, cuando volvieron a casa mamá gritaba y gritaba.

La feucha se puso nerviosa porque ese sonido no lo había oído nunca. En la puerta de entrada, papá lloraba abrazado a un señor con maletín, al que el ama llamó doctor, pero éste no levantó la cabeza.

Resulta que Ricitos había tenido las tripas descompuestas desde la noche, papá llamó al doctor, y éste vino y se equivocó de medicina.

Feucha ya no volvió a ver a Ricitos nunca más. Pero fueron llegando más hermanitos, todos y todas tan guapos como Ricitos.

A veces el ama llevaba a Feucha al salón a saludar, porque era la mayor y las visitas las querían ver. Todas decían "qué mona" "qué ojos negros tan bonitos".

Pero cuando las visitas ya se habían ido, mamá cogía de la mano a Feucha y siempre le decía: 

-No les hagas caso; sólo las mamás decimos la verdad. Tú no eres guapa, hija; tú eres fea, pero eres muy inteligente y tendrás que cuidar de papá y de tus hermanos.

Y así ha ido transcurriendo la vida. Pero mis hijos son guapísimos.


---------------------------

Curso de Escritura AFDA. 17-07-2024 


12. BIOGRAFÍA DE LUISA

 


Luisa nació en Zaragoza, en agosto de 1945 (con la bomba atómica). Luisa como su padre (San Luis Gonzaga), Luisa como su abuela, (San Luis Rey de Francia). A Luisa le tocó el rey de Francia, porque en aquella familia no se podían repetir santos.

En principio no le importó, pero de repente se dio cuenta de que su santo (25 de agosto) y su cumpleaños (19 id.), caían casi en  la misma semana y no podía celebrar dos fiestas seguidas; ni siquiera una, porque Zaragoza, en aquellos tiempos, estaba desierta en agosto.

Se acostumbró a no celebrar nada. También a que las compañeras de aquél ilustre Colegio del Sagrado Corazón pensaran que en su familia no había tanto dinero como habían imaginado.

Durante la época de ese colegio de monjas Luisa estuvo totalmente desubicada.  Allí desde los 11 años se acostumbró a despreciar a lo que se ha venido en llamar "alta sociedad". Y las desgracias siguieron en su vida durante mucho tiempo.


(INACABADO).


-----------------------------------------

Curso de escritura AFDA (3 de junio de 2024)

10. MI HERMANA SEGUNDA



Mi hermana y yo, primera y segunda de cinco, nos llevábamos como el perro y el gato.Los padres, que a veces son tontos, nos pusieron en la misma habitación, donde volaban las bofetadas y los empujones. En las comidas familiares, cuanta más gente había, mi hermana segunda procuraba sacar todos mis fallos y errores, que la verdad es que no eran pocos.

El tema, si era posible, empeoró con mi matrimonio y mi divorcio. Primero, porque mi novio era de su pandilla, y luego, porque al quedarme sola con tres niños y sin un duro, procuraba humillarme trayendo la bolsa de la compra repleta de cosas que no comíamos, sin que yo se la hubiera pedido. Pagaba mis facturas del dentista, enamoró a mi hija mayor haciéndose imprescindible...

Hasta que un día dije basta, le cerré la puerta de mi casa y estuvimos varios años sin vernos.

Cuando la atacó el cáncer y estaba en el hospital, dejé a mi hija y mi nieto solos en casa, fui a hospital y pedí el alta voluntaria. Estuve varios días a la cabecera de su cama, dándole de comer, limpiándola, siguiendo las pautas de los de cuidados paliativos... Hasta que una noche muy agitada murió entre mis brazos.

Creo que es lo mejor que he hecho en mi vida y hablo con ella muchas veces.


-------------------------------

Curso de Escritura AFDA. Sin fecha.

miércoles, 26 de junio de 2024

7. RARA VIDA

 Falta un mes largo para que cumpla 79 años. La última cifra del 7. No lo digo para que me felicitéis, yo no suelo felicitar los cumpleaños, salvo a mi familia y las dos últimas amigas físicas que me quedan (y eso, si me acuerdo).

Porque estoy en esa última lucha contra los olvidos y los recuerdos. Pensaba (siempre), que merecía la pena luchar, resistir, mejorar. Que ese era el fin más interesante de esta vida indescriptible. Pero en realidad lo he hecho para dejar de sufrir por los avatares sucedidos. Y hoy me pregunto ¿merece la pena? Al final de la vida una se pregunta muchas cosas, o simplemente aparecen en su cabeza.

Porque lo que estoy consiguiendo es no reconocerme en casi nada, no entender nada. Y, por ejemplo, los últimos acontecimientos políticos de Europa (y algunos países más) vienen a darme la razón. Jamás hubiese imaginado vivir la vuelta al poder de la ultraderecha. Y eso también me deja absolutamente desconcertada. ¿Qué, cómo vivirán mis nietos, mis hijos? Posiblemente yo ya no estaré aquí para verlo, pero esto es un falso descanso y un gran egoísmo. O sea, lo de siempre.

Sí, hace unos días pienso así. Siento así. Y no entiendo nada. Nada de estos casi ochenta años, nada de lo que siento y me rodea. Ni siquiera estoy tan segura cómo antes de que, al morir, lo entenderé todo. Sólo confío en que lo único que sí exista sea lo que yo llamo "mi galaxia", en la que nos encontraremos todos de nuevo, limpios, renovados, y habiéndolo comprendido todo por fín.

Mientras tanto, seguiremos. Seguiré leyendo (aunque cada día tengo menos ganas), escribiendo, disfrutando de mis nietos y de mis hijos. De mis amigos. Sin más. Porque lo que sí que tengo clarísimo es que esto es lo que hace llevadera esta rara vida.


(14 junio 2024)

Curso escritura creativa de AFDA

******************************************

lunes, 24 de abril de 2023

NO SÉ QUIÉN SOY

 

Yo no sé quién soy, pero esto no me parece tan importante. Nos pasamos media vida tratando de formar con nosotros un todo compacto. Primero, que sea guapo (en la medida de lo posible, y ¿respecto a qué canon de belleza?). También tenemos que ser buenos, honestos, fieles, y hay un montón de escuelas, u opiniones familiares, que te enseñan o pretenden guiarte con su interpretación personal de todos esos calificativos, para que te impregnes de ellos. He dedicado más de media vida a leer, a escuchar, a mirar, y casi nunca se ha alterado mi sensación interna: no sé “quien” soy, en su totalidad. Pero no me importa, vaya. Desde casi los cuatro años tuve la percepción de que yo era rebelde. Sólo eso, rebelde. A todo y contra todo, porque sí. Además, siempre se me ocurría una idea mejor. Y cuando no se me ocurría nada, preguntaba, pero daba igual: “eso lo sabrás cuando seas mayor”.

Pero no quise ser mayor. Es una palabra fea, seria y triste.

No creo en las religiones. Ninguna. Con el alma en la mano, que la llevo casi siempre, (y según dicen los que me quieren, así me va) creo que la religión es un invento más para que todos seamos iguales. ¿Por qué hay que ser igual que? Vaya aburrimiento eterno. Hay que ser distinto; bueno, sobre todo, no pensar mucho en ello, no pensar nunca en ello. Ahora que lo escribo, veo que no es importante ser igual, parecido o gemelo. Porque es mentira. Todos somos distintos.

A mí lo que me gusta son los pequeños detalles. Llevo años intentando que los armarios de mi casa tengan al menos un cajón vacío, que haya algún sitio vacío en todas partes. Primero me relaja, pero también se me ocurre que por ahí puedo escapar. Hace años que no cojo un resfriado porque, al primer síntoma, abro la puerta de mi casa, le muestro la salida y le digo “Fuera. Aquí no eres bienvenido”. Y me encantaría tener el valor de hacer lo mismo con todo. Personas, situaciones. Hay cosas que tiro a la basura a las primeras de cambio. Hasta los libros los dejo por la calle para el que los quiera. Una de mis aspiraciones es tener poco, tener lo mínimo indispensable. En algunas cosas lo he conseguido: tengo solo dos juegos de cama (quita y pon, decía mi madre), dos juegos de toallas, dos sujetadores… y así con todo lo que se puede.

Pero no vivo sola y todos no somos iguales, como decía antes. Hay que transigir.

Siguiendo con los pequeños detalles, los de las once menos cinco, las once, las once y veinte. Ellos son la vida, todo lo “importante” es mentira. Una catástrofe, una muerte, una guerra, llega y pasa, si tienes el aguante suficiente. Pero un detalle mínimo en apariencia te puede amargar la vida. No sé quién soy, pero no quiero estar amargada, ni tener envidia, ni sufrir por lo que pueda pasar. Me ocuparé cuando pase.

He colocado mi cama en el sitio por el que se ve la luna a través de la ventana. Además, mucho rato. ¿No es maravilloso contemplar la luna? Parece siempre igual, pero nunca lo es. La luna acompaña mi vida y hablo con ella casi todas las noches. Como el sol. El sol es mi planeta regente, y estoy muy contenta por ello. Y los árboles. Y leer. Y hablar con mi nieto pequeño. El mayor, como ya tiene veinte años, ya no habla tanto conmigo.

Además, en cada minuto, cada lapso de vida, cada ocasión, vamos a ser diferentes. No sabemos cómo vamos a reaccionar. Al menos yo. Me aburren esas personas inmutables, “fieles a sí mismas” como dice la gente, cuyas reacciones nunca chocan, nunca asombran. “Es que yo soy así, y esto no me lo puedo permitir.” Casi siempre sabes de antemano lo que van a decir. Yo no tengo ni idea, y además no la quiero tener.

Porque creo que no tiene ninguna importancia. Una vez que te vas dando cuenta de que, más o menos, eres una buena persona, y que tu cabeza funciona, lo demás no tiene importancia.

Todos nos vamos a morir. Y no sabemos cómo, ni cuándo, ni dónde. Eso dice el boleto que te entregan al llegar. Sólo eso. Yo no le tengo miedo ninguno a la muerte, gira a mi alrededor toda mi vida. He estado a punto de morirme tres veces. Yo intuía que no era mi hora en dos de ellas. La primera vez, cuando me ahogaba, no sabía nada, tenía 12 años. Y sí, vi el túnel blanco y maravilloso, y me quería ir por él. Pero, aunque no lo supiera, no debía ser mi hora. No siempre se sabe a priori, pero no hay que tener miedo.

Tenía 11 años cuando se murió mi madre, y a partir de ahí montones de gente han muerto a mi alrededor.  Mi hermana, en mis brazos. A algún otro también he podido ayudar a morirse y es maravilloso. Mira, a eso sí que me encantaría dedicarme: a ayudar a morir a la gente. Pero no es tan fácil en esta extraña sociedad, por no llamarla de otra manera.

Y, DE REPENTE, LOS BEATLES

 

Mediodía de domingo lluvioso. Un solitario en la pantalla. Música suave.

De pronto, aquella canción de los Beatles. Aquella, de la que ni siquiera recuerdo el título. Na nana na nanana….. y, zas, tengo 15, 16 años. Todo ese amor intacto. La ansiedad y el misterio. Las maravillas que haré. Las películas, los libros y aún mejor. Hasta los Beatles se enterarán, porque por supuesto nos conoceremos.

Es aquella sensación, ¿verdad? ¿soy aún aquella cría?

No conocí a los Beatles. No me hice famosa. Pero, sesenta años más tarde, puedo identificar aquel amor. Lo tiene mucha gente que lo mima y me lo devuelve. Ha crecido en muchas horas intensas. En muchas desgracias. En muchos desconocidos u olvidados en el camino.

Y la ilusión sigue ahí -me lo acaban de recordar los Beatles de repente-. Más vieja. Con arrugas y cicatrices. Más sabia.



VIAJE A MADRID

Ya he vuelto.

Mi viaje a Madrid ha supuesto una experiencia tan importante e intensa que casi no puedo escribir sobre él. Porque ha sido una experiencia íntima, sobre todo íntima.

Comenzó con los nervios del equipaje. Los enormes dodotis, la muleta, la caja de los oídos, no sólo con los audífonos, sino con muchas cosas impensables para los que no los necesitan. La bolsa de la dentadura, también con todo tipo de artilugios. La caja de las medicinas, de la mañana, de la noche. Algún libro que llevo siempre porsi. Las botas con la plantilla izquierda.

Apenas cabía nada de ropa, un “quita y pon”. Gran tragedia, tan presumida como soy. Menos mal que mi hija me ayudó, y me dejé ayudar; me prestó una maleta grande de mi nieto el deportista, el que calza un 48 a sus quince años.

Hice esperar a mi hijo, que venía dispuesto a no inmutarse ante cualquiera de “las cosas de mamá”. Es un sol. Tuvimos un viaje cómodo y tranquilo, con parada/café y cigarrillo, aunque él ya no fuma. Y llovió a cántaros casi todo el trayecto. No se alteró cuando yo empecé a llorar en el minuto uno. Salieron como un torrente mis emociones, mis nervios. El pánico que le tenía al viaje, a todas mis limitaciones, a no poder hacer muchas de las cosas que tenía previstas.

Al llegar a la preciosa casa nueva de mi hermana, la avisé del estado alterado con el que llegaba. Pero mi hermana es otro de los pilares de mi vida. Al anochecer fuimos con tiempo a la presentación de “Arritmias”, organizada por Relee. Menos mal que pude abrazar a 
Matilde Tricarico y a María José Beltrán. Porque había que estar de pie, había mucha gente y yo me agotaba y no oía nada. Nos tuvimos que ir a casa. No pude abrazar a Eloy Tizón ni a Isabel Cañelles. Bueno, seguro que otra vez será.

Pero al día siguiente yo seguía mal. Me volvió a subir la tensión. Creí (sí, esa que vive en mi interior lo creyó) que me habían robado el móvil en un bar, y organicé un lío de mil demonios para que me lo bloquearan. Lo hicieron. Ya desconectada del mundo, entré a mi cuarto para descansar un poco. Bajo la cómoda, sobre la alfombra, había algo negro, alargado. Nos costó un buen rato deshacer lo hecho y volver a estar conectada. Pero seguía desconcertada, casi desesperada.

La cena con las amigas de mi hermana consiguió iniciar mi recuperación. Son gente estupenda. Gracias Mar, Pepa, Inma, Eugenia, Marisol. Esta última es una nueva amiga maravillosa, vital, libre, un gran descubrimiento. Pude apreciarlo, empezaba a ser yo de nuevo. Les regalé a Julia y Miranda, se pusieron muy contentas.

Una anécdota divertida. Sentada en una terraza, se acercaba un señor vendiendo lotería de navidad. Vi claro que era el momento de comprar. Le dije que no quería saber el número que me daba y comenzamos a charlar, que es siempre lo que más me gusta. Me preguntó si había ido alguna vez a los toros, le dije que sí, me preguntó si me sonaba El Platanito, afirmé de nuevo y me contestó: “Pues aquí me tiene. El Platanito dándole la suerte, para servir a dios y a usted”. Me contó más cosas, pero se quedan para mí. Pedí un Martini blanco, mi bebida favorita de mediodía. Y la tensión que se fuera al cuerno.

Inenarrable fue la tarde con Matilde Tricarico, que vino a casa a pasarla conmigo. Inmediatamente comprendimos que éramos un yo en Italia y su otro yo en España. Indivisibles para siempre.

Y por fin conocí a 
María Tena, en su media hora del desayuno en el trabajo, que convertimos en una hora larga. En la preciosa cafetería del Círculo de Bellas Artes. Ya he dicho que María Tena, aparte de una gran escritora, me parece una gran mujer. Pues cara a cara, muchísimo más. Otra gran alegría.

El viaje terminó muy bien. Me paseé por Chamartin con la muleta en una mano y en la otra, la maleta, que había dejado de ser un problema (claro, ya casi sin dodotis 
😊).

Si no te dejas vencer, no sé si ganas, pero continúas.


 

VERANO DIFÍCIL

 

Decidí dedicar el verano a mi introspección, para averiguar de una vez quién soy --y aceptándolo, por supuesto--. Lo cierto es que ha sido muy duro.

Sin viajes, sin playas, sin conversaciones, sin contactos. Sola conmigo misma y con los medicamentos que iban apareciendo, ante el duro fracaso del anterior. Lágrimas, llanto profundo, miedo, ruidos extraños, fuertes deseos de no levantarte de la cama

Pero había decidido que esta vez iba en serio, y si me digo eso, lo cumplo. Así que he resistido, y un buen día amaneció discretamente mejor, más suave.

Mi hija algo había entendido, no sé si asustada, y se había instalado conmigo, sin preguntar, sin molestar, encantadora como antes. Casi la felicidad. Al final del verano volvió también mi nieto, más grande, si cabe, más guapo, si es posible.

Pero un mediodía, sentados los tres a la mesa, volvieron las lágrimas porque, en plena conversación, fui consciente de que le tenía envidia a mi nieto. ¡Envidia a mi nieto! Sí, porque mi hija le hacía más caso que a mí. Horror.

No había adelantado nada, no había comprendido nada. La voz de mi nuca, a la derecha, sonó seria: ahora no lo puedes dejar. Estás intentando comprender quién eres, sin paños calientes, por fin.

Porque los primeros resultados de mi auto investigación decían que soy una persona envidiosa, a causa del complejo de inferioridad porque mi madre me decía que era fea. Como consecuencia de esto, o paralelamente a ello, surgió la soberbia, para disimular (por lo leído, le pasa a mucha gente que se siente inferior). Y hace años, al tratar de controlar todo este terrible lío, apareció la culpa. La eterna depresión que ha dominado mi vida.

Hace pocos días, yo de estatua en el sillón de orejas, llamó ML, mi amiga/hermana. Se lo conté, naturalmente ¿A quién se lo iba a contar? Ella estaba estupefacta. Solo lograba decir “…no…”, “…yo creo que no…” Pero yo tenía la ecuación totalmente aceptada, interiorizada. Sólo pensaba en cómo ser/hacer de ahora en adelante, con mi complejo, mi envidia, mi soberbia... Lo cierto es que me había quedado tranquila, de nuevo dentro de una campana de cristal.

Hoy ha vuelto a llamar ML.

Y me ha explicado preciosamente que yo no soy envidiosa, que nunca lo he sido. Que nunca he sufrido por desear lo que tiene alguien, incluso querer quitárselo para tenerlo yo. Y le he dado la razón, yo siempre me alegro de la suerte o de las cosas buenas de los demás.

Que lo que soy es celosa (emoción relacionada al miedo de perder algo o alguien). Yo tengo celos del cariño que se tienen los demás, porque no me siento querida, en mi interior. Y esto se gestó en la muerte de mi madre a mis once años (me abandonó, le he dicho a ML por primera vez en mi vida), de mi agresión sexual sin más comentario, y del abandono de mi marido. No me siento querida. Debo decir que últimamente lo había pensado varias veces, y me lo quitaba de la cabeza. Pero es totalmente cierto. He pasado desde los 11 hasta los 74 años dándole vueltas e interpretando, incluso haciendo cosas raras. Pero confío en encontrar recursos para comprenderme y mejorar y, como siempre, tratar de ayudar.

Lo mejor de esta vida es un amigo auténtico, de los de verdad. Amigo/hermano, como nosotras nos llamamos.

 

 

 

SOMBRA ROSA

 

Ayer entró en casa una sombra rosa, atravesando la puerta, como todos mis fantasmas.

Yo estaba en mi rincón estratégico: sillón reclinable en ángulo, a mi derecha la ventana, a mi izquierda la entrada a casa, delante de mí la televisión/música, a mi alrededor mis libros.

Los fantasmas entran siempre por la puerta principal y se quedan a vivir en el pasillo, lo que les permite asomarse a las puertas de las habitaciones, donde, no sé por qué, no entran nunca. Ni a la mía. Yo siempre les hablo, y sé que me escuchan y me entienden. Sobre todo, lo que pienso.

Hacía mucho tiempo que no entraba ninguno. Aparecen cuando llegamos a una casa nueva, y ya se quedan. A mí me acompañan mucho.

Pero ayer, en un minuto en que alcé mis ojos de la pantalla, para descansar la vista, la ví. Por el pasillo se deslizaba un hálito rosa. Nunca han tenido color: son como sombras transparentes, pero todos distintos.

Pensé que era mujer, aunque parezca ñoño y machista, por el color rosa. Tampoco era transparente, lo que por un segundo me hizo pensar en alguien humano. Y me levanté del sillón, pero como es un movimiento muy largo, cuando llegué al pasillo ya no había nadie. Pregunté en voz alta, pero nadie me contestó. Y me tranquilicé comprendiendo que era un nuevo tipo de mis fantasmas. Aunque últimamente estoy un poco miedica, es por el género humano, nunca por mis fantasmas.

Incluso espero que nos hagamos amigas.

 

domingo, 23 de abril de 2023

PORTADAS Y OTRAS COSAS DE LA VIDA

 

Esta es la primera portada que tuvo mi única novela. en su primera versión. Es un precioso diseño de mi hijo P, siempre quise que él diseñara las portadas de mis libros, y así la publicó Bubok. 

Un tiempo después retiré la novela, la reescribí, le añadí varios capítulos y más personajes. Para entonces había conocido a un dinámico profesor de escritura, que me recomendó publicarla en Amazon y cambiarle la portada, pues era muy poco comercial; y los de Amazon opinaron lo mismo. En esos tiempos lo único que quería era ver la novela publicada y cedí, no sin pena. Mi hijo P, cuando se lo comenté, me contestó entre risas: "madre, lo de que no soy comercial me lo han dicho tantas veces que lo tengo asumido, no te preocupes".  

He cometido varios errores por el afán y la urgencia de tener libros publicados, craso error. (Algo malévolamente os comentaré que, con la nueva portada, y alguna buena opinión que agradezco, no se vende apenas, salvo en Japón. Sí, sí, en Japón).

Ahora ya no me importa publicar o no publicar, me conformo con mi blog de fabricación casera para escribir relatos, desahogos o lo que se me ocurra. Y alguien las leerá, con que sea una persona me basta. La vanidad no es buena consejera en absoluto, por fin lo he comprendido. 

Pero cada vez me identifico más con ese primer diseño de mi hijo. Yo soy esa figura femenina, con su sombra o su otro yo, que desde fuera de la tierra la mira atentamente. ¿Con cierto cariño? ¿desconociéndola? ¿con sorpresa? ¿con tristeza? Todas esas sensaciones han estado en mi interior varias veces en los setenta y tantos años que llevo habitando el planeta Tierra. 

A causa de mi falta de atención o de memoria, en la vida normal soy defensora acérrima de las listas; en papel, en el móvil, en el Ipad, pegadas en la puerta de la nevera... Y hoy quiero que esa mujer y su otro yo que miran la Tierra desde fuera, elaboren una lista de deseos acerca del planeta y de sus avatares.

Primero, y lo que más me ocupa últimamente: Quiero que alguien me explique (todos dicen que no lo encontraré) el sentido de todo esto. Por qué el género humano aparecimos un buen día aquí. Por qué llevamos miles de años haciendo lo que buenamente podemos, por decirlo de una forma bondadosa. Y ¿para qué? ya que la historia va de mal en peor y parece no importarle a nadie.  ¿Qué sucederá luego, un buen día en el que los humanos hayamos desaparecido? ¿Es cierto eso de que somos los únicos habitantes del universo? Me extraña, no es lógico.

No admito explicaciones religiosas. Son elaboraciones para consolar y tranquilizar a la gente que, como yo, no entiende nada. Les dicen que tengan fe, que se agarren a ello, que ya verán qué bonito. A mí no me gusta la palabra fe, en mí no existe. La fe a ciegas. Yo quiero saber para entender, y cuando entiendo, sea de mi gusto o no, me quedo tranquila. Ahora sigo investigando. Estoy segura de que en algún lugar, en algún libro, en algún arcano conocimiento, está lo que yo busco.


Otros deseos: 

Las personas no pueden morirse solas y abandonadas, tanto en la calle como en sus casas.

Me gustaría que la política actual desapareciese totalmente y pudiéramos volver a elaborarla desde cero. Todos a una y con buena voluntad. Porque tiene que volver a nuestra mente que todos, todos, somos iguales. Y tenemos los mismos derechos y obligaciones.

Me gustaría que vuelvan el respeto, la buena educación, incluso la cortesía (pero claro, es que me estoy haciendo vieja).

Los padres educan en casa con cariño y seriedad, los colegios enseñan matemáticas, historia...

Un hijo no es un florero, ni un bien social: un hijo es lo mejor de tu vida, y que además te la cambiará para siempre, aunque se haga mayor.

Si adoptas (niños, perros), por favor, no los devuelvas ni los abandones. Les has concedido la oportunidad de quererte con todo su corazón.

Tengo muchísimos más, pero no quiero ser pesada. Ojalá que en el año 2020 (me encanta esa cifra) sea posible que se realice, al menos, alguno de ellos.

Tampoco me gusta mucho la palabra felicidad, es muy interpretable desde el egoísmo. Pero, por favor, estad de acuerdo con vosotros mismos, mirad más, escuchad más. A veces, el silencio es muy buen compañero.

PLÁCIDA MAÑANA

 


Un rayo de sol colándose por la ventana despierta a Ludovica. Vaguea unos minutos estirándose, y el móvil le avisa: a las 11:30 tiene cita con su médica de cabecera. Recuerda la angustia de ayer caminando sola por la calle, y no la quiere para hoy.

Desayuna fuerte como siempre, se ducha (qué bien el pelo tan corto), se viste de su negro favorito, y coge la muleta. Lo malo es que es amarilla. La voz tras su oreja derecha se enfada: “¿Ya empezamos con bobadas?”. Tiene razón, es una bobada. Coge la muleta amarilla y se encamina hacia la bajada de los siete pisos. Oye, pues casi mejor con la muleta, qué sorpresa. Mientras baja, piensa que igual se compra otra negra y discreta.

En la calle camina relajada. Es como si hubiera llevado muleta toda su vida. Bonita mañana zaragozana de cielo azul y algo de viento.

Casi no hay gente en la consulta. Por fin está su doctora, terminadas sus vacaciones. Ludovica le cuenta, ella consulta su ordenador, y ya están los resultados de los análisis. Lo demás pasa a segundo término, se le olvida.

Todo normal. Buenos resultados en todas esas cosas raras que buscan el cruel deterioro cognitivo. Si acaso, el hierro un poco bajo (claro, los mareos, los cansancios…). Ludovica resplandece por dentro, agradece al universo y a sus criaturas. Se calma, por fin.

Ahora se sentará un rato en la terraza del Boticario para celebrarlo. No hace frío, al menos ella no lo siente, y el sol sigue dominando, como es su obligación.

Llama a su hija y le cuenta. Entre risas, su hija dice “pues desde mañana lentejas a diario…”. Al coger el móvil, observa que se ha olvidado de la cartera. Pero no hay miedo, son sus acreditados despistes, nada peor. Le pide a su hija que cuando salga a comer con su pareja, se la baje por favor al Boticario. Y se sienta en una mesa entre sol y sombra.

Su amiga, la camarera morena, se empeña en que pruebe el nuevo vermut casero, que está teniendo grandes éxitos. Y Ludovica accede; es rojo, seguro que le gusta. Y en verdad está delicioso.

Han debido reñir muchísimo a las palomas, pues hoy solo hay dos y solo caminan, sin subirse a las mesas. Pasa un abuelo con su nieta, unos cuatro años, tras recogerla del colegio. La niña dice: “¡Mira, es el boticario!” Se para ante la puerta, de la mano de su sonriente abuelo, y comienza a cantar, con su vocecita algo chillona:

“Boticario canario, patas de alambre, le cayó una piedra, y no le hizo sangre...”

Ludovica casi se levanta para abrazar a la niña, que en un minuto le ha puesto ante los ojos su propia infancia feliz.

Al subir las escaleras, la muleta también es una aliada valiosa. Y el sol sigue colándose por todas las ventanas de su casa.

PADRE DE MIS HIJOS

 

Y te fuiste. 

Cuando colgué el teléfono, después de que me lo explicaras (¿se pueden explicar estas cosas?), me preparé un baño caliente. Y me quedé horas ahí, hasta que sentí el agua helada, mi cuerpo raro, mi mente desaparecida. Miré el reloj: el autobús del colegio. Me estremecí, pero tuve que salir del agua y ponerme a funcionar.

De algún modo yo lo había presentido, pero no deseaba que ocurriera. Era incapaz de imaginarme sin ti. La vida sin ti. Los niños y yo, sin ti.

Pero han pasado cincuenta años. Lentos, acelerados, trágicos, ¿felices?, difíciles, plácidos. De esfuerzo, de terror, de soledad, de la alegría sin motivo a la depresión sin fondo. De descubrimientos.

Ahora somos ya muy mayores. Todos. Ahora ya sé que el tiempo es un buen compañero para mí. Que me ayuda a borrar lo malo. Sobre todo, el rencor.

Ahora milagrosamente casi todos mis recuerdos son buenos, y por primera vez desde que no estás me he animado a escribirte.

Que seas feliz, padre de mis hijos. En la otra galaxia, también.

 

 

NO ERES GUAPA, HIJA MÍA

 Eso me explicaba mi madre cada vez que alguien por la calle, o alguna visita en casa, alzando mi barbilla, decía: “qué niña más guapa” o “vaya ojazos”. En cuanto nos quedábamos solas, mamá me hacía sentar frente a ella, y muy seria, me aclaraba: “No les hagas caso. Lo dicen por quedar bien, pero no es cierto. Tú no eres guapa, hija mía”. A veces, imagino que, por la expresión de mi cara, solía añadir: “pero eres inteligente”. Y siempre lo remataba con “hazme caso, las madres no engañamos nunca”. Así los once primeros años de mi vida, hasta que mamá murió.

Debía ser verdad, claro. Mis hermanos eran preciosos, sobre todo los rubios con ojos claros (rama de mi abuela paterna); y ya, mis primos (rama de mi abuelo paterno), no digamos: morenazos de ojos negros y pestañas largas. Yo tenía el pelo castaño-normal, las cejas enormes y casi juntas, un tono de piel más bien verde (eso lo sigo teniendo) y mucho vello por todas partes. Mi madre me enseñó a depilarme las cejas, y quise hacerme la ilusión de que mi cara había mejorado algo. Por seguir al pie de la letra sus indicaciones, años más tarde casi me quedo sin cejas. Con lo que me gustan ahora las cejas gruesas. Por supuesto, cuando mamá murió, yo ya sabía dónde depilaban las piernas (y demás) a la cera. Ella me había llevado. Ha sido uno de mis ritos durante más de media vida

Mi padre me enseñaba a leer, me inculcaba su pasión por la lectura, me regalaba muchos libros, que llegué a preferir a los juguetes. Me dejaba entrar a leer con él, en su despacho, y esos ratos de paz y silencio eran los mejores. El cuento con el que más me identifiqué fue “El patito feo”, que era yo, por supuesto. También “Cenicienta”, pero me parecía menos creíble porque terminaba demasiado bien, y yo a esas alturas ya tenía claro que los finales de los cuentos no suceden en la vida.

Siempre me he identificado con los perdedores, los no-guapos, los sosos, los tímidos. Cuando, a los quince o dieciséis años, los chicos empezaron a reparar en mí, me causó una conmoción terrible. No estaba acostumbrada a frases agradables, a que alguien masculino me hablase si no era para leer o comentar algún libro. Eso sí, me hacía íntima de las más guapas del colegio, y siempre iba rodeada de bellezones; aún no se si por masoquismo o por qué maldita razón.

Más tarde, cambié la pandilla por una de chicos, en la que yo era una más, y me encantaba. En ese momento, mis amigas guapas ya tenían novio. Uno, por lo menos. Eso me hizo adoptar una de las creencias que más me han durado: que me llevaba mejor con los hombres que con las mujeres.

Luego pasaron muchas cosas. Esa vida nueva en la que yo era una más, aunque mi complejo de inferioridad siguiera latente, me hizo cometer muchos errores. Aún ahora continúo tratando de entenderlos, de comprender por qué “aquella yo” se implicó en tales situaciones.

Pero ahora tengo hijos, aunque en uno de mis momentos terribles no quisiera tenerlos. Y les llamo guapos todos los días, y les explico lo orgullosa que estoy de ellos, la confianza que tengo en ellos. Y les cuento todo, interno y externo, aunque a veces me parezca que hablo a la pared.

Mi madre se fue sin darme tiempo a reconciliarme con ella, tenía mucha prisa en “irse al cielo”, como dijo ese día y me contó luego mi padre. Quiero creer que seguramente nos habríamos reconciliado; a pesar de todo, la he echado mucho de menos casi todos los días de mi vida.

Y, además, ahora, en la vejez, no me encuentro tan fea.