Ya he vuelto.
Mi viaje a Madrid ha supuesto una experiencia tan importante e intensa que casi
no puedo escribir sobre él. Porque ha sido una experiencia íntima, sobre todo
íntima.
Comenzó con los nervios del equipaje. Los enormes dodotis, la muleta, la caja
de los oídos, no sólo con los audífonos, sino con muchas cosas impensables para
los que no los necesitan. La bolsa de la dentadura, también con todo tipo de
artilugios. La caja de las medicinas, de la mañana, de la noche. Algún libro
que llevo siempre porsi. Las botas con la plantilla izquierda.
Apenas cabía nada de ropa, un “quita y pon”. Gran tragedia, tan presumida como
soy. Menos mal que mi hija me ayudó, y me dejé ayudar; me prestó una maleta
grande de mi nieto el deportista, el que calza un 48 a sus quince años.
Hice esperar a mi hijo, que venía dispuesto a no inmutarse ante cualquiera de
“las cosas de mamá”. Es un sol. Tuvimos un viaje cómodo y tranquilo, con
parada/café y cigarrillo, aunque él ya no fuma. Y llovió a cántaros casi todo
el trayecto. No se alteró cuando yo empecé a llorar en el minuto uno. Salieron
como un torrente mis emociones, mis nervios. El pánico que le tenía al viaje, a
todas mis limitaciones, a no poder hacer muchas de las cosas que tenía
previstas.
Al llegar a la preciosa casa nueva de mi hermana, la avisé del estado alterado
con el que llegaba. Pero mi hermana es otro de los pilares de mi vida. Al
anochecer fuimos con tiempo a la presentación de “Arritmias”, organizada por
Relee. Menos mal que pude abrazar a Matilde Tricarico y a María José Beltrán. Porque había que estar
de pie, había mucha gente y yo me agotaba y no oía nada. Nos tuvimos que ir a
casa. No pude abrazar a Eloy Tizón ni a Isabel Cañelles. Bueno, seguro que otra
vez será.
Pero al día siguiente yo seguía mal. Me volvió a subir la tensión. Creí (sí,
esa que vive en mi interior lo creyó) que me habían robado el móvil en un bar,
y organicé un lío de mil demonios para que me lo bloquearan. Lo hicieron. Ya
desconectada del mundo, entré a mi cuarto para descansar un poco. Bajo la
cómoda, sobre la alfombra, había algo negro, alargado. Nos costó un buen rato
deshacer lo hecho y volver a estar conectada. Pero seguía desconcertada, casi
desesperada.
La cena con las amigas de mi hermana consiguió iniciar mi recuperación. Son
gente estupenda. Gracias Mar, Pepa, Inma, Eugenia, Marisol. Esta última es una
nueva amiga maravillosa, vital, libre, un gran descubrimiento. Pude apreciarlo,
empezaba a ser yo de nuevo. Les regalé a Julia y Miranda, se pusieron muy contentas.
Una anécdota divertida. Sentada en una terraza, se acercaba un señor vendiendo
lotería de navidad. Vi claro que era el momento de comprar. Le dije que no
quería saber el número que me daba y comenzamos a charlar, que es siempre lo
que más me gusta. Me preguntó si había ido alguna vez a los toros, le dije que
sí, me preguntó si me sonaba El Platanito, afirmé de nuevo y me contestó: “Pues
aquí me tiene. El Platanito dándole la suerte, para servir a dios y a usted”.
Me contó más cosas, pero se quedan para mí. Pedí un Martini blanco, mi bebida
favorita de mediodía. Y la tensión que se fuera al cuerno.
Inenarrable fue la tarde con Matilde Tricarico, que vino a casa a pasarla
conmigo. Inmediatamente comprendimos que éramos un yo en Italia y su otro yo en
España. Indivisibles para siempre.
Y por fin conocí a María Tena, en su media hora del
desayuno en el trabajo, que convertimos en una hora larga. En la preciosa
cafetería del Círculo de Bellas Artes. Ya he dicho que María Tena, aparte de
una gran escritora, me parece una gran mujer. Pues cara a cara, muchísimo más.
Otra gran alegría.
El viaje terminó muy bien. Me paseé por Chamartin con la muleta en una mano y
en la otra, la maleta, que había dejado de ser un problema (claro, ya casi sin
dodotis 😊).
Si no te dejas vencer, no sé si ganas, pero continúas.