Decidí dedicar el verano
a mi introspección, para averiguar de una vez quién soy --y aceptándolo, por
supuesto--. Lo cierto es que ha sido muy duro.
Sin viajes, sin playas,
sin conversaciones, sin contactos. Sola conmigo misma y con los medicamentos
que iban apareciendo, ante el duro fracaso del anterior. Lágrimas, llanto
profundo, miedo, ruidos extraños, fuertes deseos de no levantarte de la cama
Pero había decidido que esta
vez iba en serio, y si me digo eso, lo cumplo. Así que he resistido, y un buen día
amaneció discretamente mejor, más suave.
Mi hija algo había entendido,
no sé si asustada, y se había instalado conmigo, sin preguntar, sin molestar,
encantadora como antes. Casi la felicidad. Al final del verano volvió también mi
nieto, más grande, si cabe, más guapo, si es posible.
Pero un mediodía,
sentados los tres a la mesa, volvieron las lágrimas porque, en plena
conversación, fui consciente de que le tenía envidia a mi nieto. ¡Envidia a mi
nieto! Sí, porque mi hija le hacía más caso que a mí. Horror.
No había adelantado nada,
no había comprendido nada. La voz de mi nuca, a la derecha, sonó seria: ahora
no lo puedes dejar. Estás intentando comprender quién eres, sin paños
calientes, por fin.
Porque los primeros
resultados de mi auto investigación decían que soy una persona envidiosa, a
causa del complejo de inferioridad porque mi madre me decía que era fea. Como
consecuencia de esto, o paralelamente a ello, surgió la soberbia, para
disimular (por lo leído, le pasa a mucha gente que se siente inferior). Y hace
años, al tratar de controlar todo este terrible lío, apareció la culpa. La
eterna depresión que ha dominado mi vida.
Hace pocos días, yo de
estatua en el sillón de orejas, llamó ML, mi amiga/hermana. Se lo conté,
naturalmente ¿A quién se lo iba a contar? Ella estaba estupefacta. Solo lograba
decir “…no…”, “…yo creo que no…” Pero yo tenía la ecuación totalmente aceptada,
interiorizada. Sólo pensaba en cómo ser/hacer de ahora en adelante, con mi
complejo, mi envidia, mi soberbia... Lo cierto es que me había quedado
tranquila, de nuevo dentro de una campana de cristal.
Hoy ha vuelto a llamar
ML.
Y me ha explicado preciosamente
que yo no soy envidiosa, que nunca lo he sido. Que nunca he sufrido por desear
lo que tiene alguien, incluso querer quitárselo para tenerlo yo. Y le he dado
la razón, yo siempre me alegro de la suerte o de las cosas buenas de los demás.
Que lo que soy es celosa
(emoción relacionada al miedo de perder algo o alguien). Yo tengo celos del
cariño que se tienen los demás, porque no me siento querida, en mi interior. Y
esto se gestó en la muerte de mi madre a mis once años (me abandonó, le he
dicho a ML por primera vez en mi vida), de mi agresión sexual sin más
comentario, y del abandono de mi marido. No me siento querida. Debo decir que
últimamente lo había pensado varias veces, y me lo quitaba de la cabeza. Pero es
totalmente cierto. He pasado desde los 11 hasta los 74 años dándole vueltas e
interpretando, incluso haciendo cosas raras. Pero confío en encontrar recursos
para comprenderme y mejorar y, como siempre, tratar de ayudar.
Lo mejor de esta vida es
un amigo auténtico, de los de verdad. Amigo/hermano, como nosotras nos
llamamos.