Sin descansar, he llegado al Parque
Grande, nuestro parque amigo, testigo de nuestras vidas, y que he tenido que
buscar la Rosaleda (sí, mi cabeza ya no es la misma) y, al final ¡la he
encontrado! Sólo quedaban tres o cuatro rosas, eso sí, rojas; pero yo, en
aquella mesa concreta, os veía a ti con papá y Elena. Quería haceos una foto,
pero me he puesto tan nerviosa que he bloqueado el móvil. Menos mal que mi hija
ejerce de ángel de la guarda y, viendo el panorama, grabó en su móvil mi PIN de
seguridad; al llegar a casa he recuperado el mío, pero sin foto de la familia
en el Parque. Hubierais salido sin mascarillas. Se me ocurre que la mascarilla
de ahora debe ser muy parecida a la que llevabas tú cuando fuiste enfermera en
la guerra. Tragedias paralelas: la terrible guerra, previsible y anunciada: la
pandemia, terrible sorpresa para el Mundo. Bueno, dejémoslo.
Ya sabes que T y yo salimos martes y
viernes a caminar, y muchos de ellos vamos al Parque, pero nos solemos quedar
en el bar de la entrada, entre los árboles, tomando un vinito y unas aceitunas.
Qué bendición que T viva en Zaragoza, ¿verdad? Yo estoy como una mesa que
cojeaba, con una pata nueva.
Pero ya vamos caminando menos menos porque yo me
canso mucho y tengo que hacer paradas. Ella me complace en todo con su empatía
y generosidad. Cómo me hubiese encantado que pudieras conocer más a los tres
pequeños. Hubieras sido súper feliz con esas tres magníficas personas. Aunque
también sé que los ves y sonríes.
Hoy por fin he comprendido por qué camino
mejor sola, con el miedo que me daba. Porque voy en silencio. Las hermanas
vamos charlando en todo momento, que es lo que más nos gusta y enriquece a
ambas. Pero yo pierdo el aliento, no en balde soy diez años mayor. No pasa
nada: T y yo tenemos dos días a la semana para estar juntas y charlar de lo
divino y humano; y a mí me quedan tres días para caminar sola y callada. Porque
sábado y domingo, según tú decías, se descansa. Qué contenta estoy, madre.
Aunque lo sabes, quería decírtelo.