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jueves, 26 de septiembre de 2024

28. OTOÑO TRISTE

 



Hace mucho tiempo, una noche de noviembre yo no podía dormirme porque la radio de los vecinos iba a tope y en mi habitación vagaba una luz amarillenta desconocida.

Por fin me dormí, pero como agitada. Empezaron mis típicos sueños realistas y coloreados, que de pequeña podía continuarlos a la noche siguiente, si me habían gustado. Esa fue una época bonita.

Pero la de la noche que os hablo, no lo fue. Fue espantosa. Soñé que mi madre se moría y no podía salir del sueño. Por fin, sobre las siete de la mañana, me desperté sudorosa, con hipo, descentrada.

Fui a la cocina a preguntarle a Laurita si mamá se había despertado ya. Laurita se puso seria, algo poco habitual en ella: --No lo sé, Luisita, pero ha tenido una noche muy mala. Ya sabes que este embarazo está siendo difícil. Anda, vuelve a la cama y duerme un ratito más.

Pero me eché a correr al cuarto de mis padres. Mamá, cuando esperaba otro hermanito más, a veces dormía sola, y papá en el cuarto de huéspedes. Abrí despacito, y sí, ahí estaba ella, que me sonrió extrañada:

--Pero, ¿tú qué haces aquí a estas horas?

Se me saltaron las lágrimas, y ella abrió las sábanas, alargándome la mano: --Anda, ven. Y me precipité a su lado, intentando abrazarla, comprobar que estaba viva. Laurita, sofocada, apareció en la puerta: --Señora, yo... Mi madre le contestó: --No se preocupe, Laura, y tráiganos un buen desayuno para las dos. 

Yo, ilusionada, le pregunté: --¿y eso de soñar...? Me pasó el brazo por los hombros y me dijo: --Los sueños no son la realidad. Ahora vamos a desayunar, que te han puesto chocolate.

Me levanté encantada y fue un día relativamente tranquilo, pero largo y raro. La extraña luz amarilla seguía vagando por la casa. Mamá había permanecido en la cama todo el día, y casi no nos habían dejado entrar a verla y darle un beso.

Por la noche, al acostarme, no sonaba ninguna radio, menos mal. Conseguí dormirme enseguida. Pero en la madrugada, más o menos, me despertaron de golpe gritos y llantos en la cocina. Me levanté y corrí: Laura y Conchita lloraban a lágrima viva. Fui a ver a mamá ¡y no estaba! Papá, tampoco, la habitación también vacía. Aquél color amarillo.

Volví a la cocina y me gritaron: -- ¡A la cama ahora mismo! !Eres una impertinente! ya verás cuando venga tu padre...

Comprendí de inmediato: (¿tu padre?) Me salió una voz rarísima:

--Es mamá, ¿verdad? Decídmelo, se ha muerto

Y me abrazaron y estrujaron las dos.

Han pasado 68 años y desde entonces odio los otoños.


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Curso escritura AFDA. 23 sept. 2004

domingo, 23 de abril de 2023

MI FORMA DE LEER

 

Durante mucho tiempo, a la hora de elegir libros, procuraba seguir los criterios que entre mi padre -mi maestro literario- y yo, habíamos acordado.

Pero en algún momento decidí elegir libros por mí misma. Los que me llamaban por cualquier motivo, desde cualquier lugar. El libro siempre te llama, y tienes que hacerle caso. No suelo seguir recomendaciones (bueno, de según quien, amigo del alma). Las pocas veces que lo he hecho no han tenido éxito, y esos libros han terminado regalados o en algún banco de los parques y plazas zaragozanos.

Porque la lectura es una aventura íntima. La más importante, en la que solo hay que confiar en ti mismo, en tus experiencias, en tu alma, en tu instinto. Así he descubierto libros maravillosos para mí, y que han cambiado mi vida, pero que, a veces, en el mundo literario habían pasado desapercibidos. Casi nunca he estado de acuerdo con los "cánones" ni con las listas, aunque a la mayoría de las personas les sirven de mucho, es cierto.

Este fin de década, gracias a mi hermana de corazón y a que yo disponía por fin de algún dinero extra, he conseguido más de diez libros maravillosos, de los que describo más arriba. He descubierto a Elena Ferrante, que aún no había llegado a mí, todos tenemos lagunas. Y Stephen Hawking, en sus "Breves respuestas a las grandes preguntas", me está ayudando a resolver algunas de las mías.

A veces pienso que ya no me queda tiempo para leer todo lo que quiero, pero la muerte forma parte de la vida.

 

 

ME GUSTA / NO ME GUSTA

 

Me gusta el horizonte

Me gustan los árboles

Me gusta el olor del café por la mañana

Me gustan los caballos

Me gusta contemplar el mar

Me gusta leer

Me gusta escribir

Me gusta estar guapa y no darme cuenta

Me gusta mirar al cielo

Me gustan las tazas grandes

 

No me gustan los gritos

No me gusta el ruido

No me gusta la muchedumbre

No me gusta la angustia

No me gusta comer vísceras

No me gustan las arañas

No me gustan los engaños

No me gustan las casas sombrías

No me gustan las montañas

A veces no me gusto yo.

 

MAGIA, ILUSIÓN, IMAGINACIÓN

 Lo único que me queda de estos días navideños, sin alusión ninguna a la religión, son los reyes magos. Como casi siempre, es por mi padre, que, a la muerte de mi madre me convirtió en reina maga oficial de la familia, con él. Comprábamos juntos los regalos de mis hermanos, me dejaba salir con él esta noche del 5 de enero para los últimos detalles, comíamos alguna pasta y el anís (yo, un poquito y con mucha agua) que habíamos dejado preparado para los reyes, colocábamos juntos todos los regalos, vaciábamos un poco las cestas de pienso para los camellos, depositadas en el balcón... Y al día siguiente, me ensanchaban el corazón los gritos de alegría de todos mis hermanos. Y me sentía, a pesar de todo, muy feliz, muy muy feliz.

En mis épocas noctámbulas, no dejaba de salir con amigos la noche de reyes, la de hoy. En todas partes daban un trozo de roscón de reyes, y si no, lo llevaba yo siempre. El roscón de reyes es mi golosina favorita (con nata, porfa).

Pasaron los años y, ya inmersa en el papel de madre sola, por un sentido práctico, comprendí que era mejor pasarse a papá noel; así los niños disfrutaban de juguetes nuevos todas las vacaciones. Pero, siempre que podía, dejaba un detallito para todos en la noche de reyes.

Hoy he querido, he necesitado, volver a hacer de reina maga y me he lanzado por fin a la calle con el andador lleno de libros. He ido regalándolos a todas las amables personas que forman parte de mi vida diaria. Y también ha sido emocionante.

A la vuelta, grandes riadas de niños y padres bajaban por la Gran Vía, hacia la cabalgata. He ido fijándome en las caras de los niños, que son lo que más me interesa hoy día, y me he reconocido en todos ellos.

Se puede no compartir el aspecto religioso (yo no lo comparto) pero es absolutamente vital e imprescindible que nos empeñemos de una vez en llenar nuestra vida y la de nuestros hijos y nietos de ilusión, magia, imaginación. Perduran toda la vida, aunque a veces no lo parezca, yo os lo aseguro. Y dan mucha fuerza para seguir adelante

Feliz noche de reyes magos, amigos. Convertidla en algo mágico.

 

LOS LIBROS, MI VIDA

 

Cuando mi padre se mudaba de casa, el motivo siempre era que ya no cabían los libros otra vez. He crecido en casas tapizadas de libros; en el pasillo, que se reducía muchísimo con estanterías a cada lado; en todos los dormitorios, en los cuartos de baño (recuerdo que se comentaba: aquí, novelas de evasión). Hasta en la cocina puso dos o tres anaqueles los libros de recetas de tu madre, que los tenga a mano la cocinera. Y además, nos dejaba leer todo lo que nos apetecía, sin ningún tipo de restricción.

En fin, que yo he sido de los amigos que dicen: no podría nunca desprenderme de un libro. Pero en todas las frases, en todas las vivencias, hay matices. La vida se encarga de hacértelo ver.

Mi padre me enseñó a leer, a mis 4 años, sentada en sus rodillas, con el “Heraldo de Aragón” desplegado ante nosotros sobre la mesa de su despacho. Era un universo nuevo. Cuando no sólo sabía leer, sino que a mi manera comprendía lo leído y el universo nuevo se expandía ante mí a toda velocidad, mi padre me explicó que en todos sus libros (miles) había letras que yo podía descifrar, como aquello tan bonito, para mí, de “d-i-a-r-i-o-d-e-l-a-m-a-ñ-a-n-a-e-l-m-á-s-a-n-ti-g-u-o-d-e-l-a-r-e-g-i-ó-n-a-r-a-g-o-n-e-s-a”

¿Cuentan historias? Le pregunté. Si, hija. Historias maravillosas.

Y por supuesto comencé a coger libros al azar. Si él tenía que trabajar en la mesa con papeles, o escribir a máquina, yo podía sentarme a leer en el silloncito de terciopelo rojo en el que él lo hacía por las tardes, cuando no salía de visita con mamá. Pero a veces también me dejaba llevar el libro a mi habitación, si los demás estaban en el cuarto de jugar. (En la habitación de “las mayores” también había libros, pero eran cuentos ilustrados tontos).

Comencé a sentir la felicidad, y la libertad. Desde entonces, para mí, ser libre es leer.

A algunos familiares les extrañaba que se me permitiera leer “de todo”, disputa en la que tímidamente comenzó a entrar mamá. Recuerdo que mi padre medio sonreía y contestaba: yo sé lo que me hago.

Años más tarde supe que se había tomado la molestia de llenar las tres o cuatro estanterías más bajas de una pared de su despacho, desde el suelo hacia arriba, de literatura, para él, adecuada a la edad que yo iba teniendo. Las otras tres paredes las llenó de tomos de Derecho, enciclopedias jurídicas y otras cosas que desde luego no llamaron mi atención. A los 5 años, mis amigas invisibles del alma era Celia (Elena Fortún) y sobre todo Antoñita la Fantástica (Borita Casas). A los 8 años había leído ya a Julio Verne, a Emilio Salgari, que me encantaba, a Jonathan Swifth, La cabaña del tío Tom... A los 11 años, unos meses antes de morirse mamá -abandonada ya la batalla de “mis lecturas”- pedí permiso a mi padre para que me dejara leer Lo que el viento se llevó, que estaba en el cine y me fascinaban el cartel y el título. Y me dejó.

A partir de los 12 años, casi superada la negra ausencia, las estanterías del despacho de mi padre volvieron a su orden inicial, y yo ya podía coger cualquier libro, de cualquier sitio de la casa. Y aprendí la noción de aventura, porque era una aventura verdadera elegir un libro para leer entre varios miles. Además, la única restricción era de uno en uno, y después, a su sitio; lo malo, que casi siempre te apetecía más de uno. Acabado el libro, tenía que comentarlo con él, con mi padre. Qué bonita manera de fomentarte el amor por la literatura. Y, de algún modo, el espíritu crítico.

Sobre los 15-16 años, me impactaron para siempre El cazador oculto, la primera traducción al español en Buenos Aires de El guardián entre el centeno, (adoro a Salinger y todo lo que ha escrito, y conservo los dos títulos); y Bonjour, tristesse de Françoise Sagan. Los leía y los releía...

Podría continuar así, con los libros de mi vida, pero imaginaos, tengo 70 años y lo único que hago diariamente es leer. Sería un aburrimiento.

Mi querido padre y mentor literario murió tras una una larga enfermedad. Cuando aún estaba lúcido, quiso vender “la biblioteca” para dejaros un poco más de dinero, si acaso. Me consultó a mí, que he sido bibliotecaria durante 35 años (qué raro, ¿verdad?) y, como es normal en mi familia, no se fió de mi opinión: Tus libros hoy día no valen dinero, padre, al menos, no como tú piensas. No tienes manuscritos, mucho menos incunables, ni libros raros o curiosos... Eso sí, son muchos, pero están en el mercado, es literatura editada en cincuenta años más o menos, no tiene valor económico.

Mis hermanos consultaron a agentes literarios, grandes editoriales, bibliotecas, librerías de viejo... Los que ofrecieron algo eran cifras irrisorias que mi padre ni consideró.

Y se pasó dos de sus últimos años marcando los libros, uno a uno, con el nombre de cada uno de nosotros, según los que sabía eran nuestros gustos. Conservo la mayoría y, al abrirlos, me sigue emocionando ver en la hoja de guarda, arriba, a la derecha, “Luisa” con su letra temblorosa.

He dicho “la mayoría”, porque mi vida se fue complicando y se sucedieron varios cambios de domicilio. Y no precisamente de un apartamento a un piso grande, luego a una casa con jardín y de ahí al palacio de Buckingham. No. Así que ha habido que desprenderse de cosas. Sí, también de libros, (mis libros)..

Dos de las bibliotecas en las que he trabajado aceptaron amablemente varios de los libros de mi padre. Dónde mejor. Respecto a las bibliotecas, hay que pensar que son edificios, o partes de edificios, pero no precisamente de goma hinchable para que entre sin problema todo lo que les queremos dejar. La mayoría de ellas, sobre todo las que yo he vivido, las universitarias, tienen auténticos problemas de espacio, y todos los años hacen un “expurgo” para poder dejar sitio a lo que hay que comprar para el curso siguiente; o en las públicas, para los libros nuevos, de éxito... Pero tampoco esto es un manual de biblioteconomía, yo ya estoy jubilada (y ojalá hayan cambiado las cosas).

Han surgido iniciativas interesantes, como el bookcrossing, que en un principio tuvo mucho éxito, que ahora desconozco como va. Yo he inventado mi propio bookcrossing. Cuando tengo que deshacerme de libros, bajo a la calle con una cesta y voy dejando libros en los bancos de la plaza, en los pretiles de los escaparates... A veces la gente, aparte de mirarte con asombro, te sigue con el libro en la mano: ¡oiga, oiga, que se ha dejado esto! Cuando le dices que no, que es para él, si lo quiere, o para el que lo quiera, sucede una de dos cosas: o te mira como si estuvieras definitivamente loca, te pone el libro en la mano y se va, o musita pues muchas gracias, y se lo lleva.

En los barrios y a determinadas horas suele haber por la calle la misma gente, y hay señoras que se acercan y me preguntan: ¿éste de qué va? ¿es de amor? ¿es de guerra? ¿usted cree que me gustará?

Si paso por el mismo sitio a las pocas horas, nunca he visto libros que permanecieran abandonados.

Otra forma es regalárselos a los amigos, si es que demuestran interés, o yo sé que les van a gustar. O dárselos a los nietos para la biblioteca del colegio, que esas sí que están siempre necesitadas.

¿Por qué me desprendo de libros, si yo siempre he querido atesorarlos? Pues, por ejemplo, porque menos es más; porque hace años que instauré en mi vida la filosofía de la vida simple; porque tener muchas “cosas” no le hace falta a tu interior. Porque me molan los ambientes despejados, el llamado “minimalismo” aplicado a todos los órdenes de la vida.

Y seamos sinceros: porque todos los libros que has leído en tu vida (y juro que yo he leído muchos, y sigo), no te han gustado, marcado, llegado, impresionado o fascinado de la misma manera. Porque de ese, el tercero a la derecha de la estantería del salón, seguro que ni te acuerdas, o lo recuerdas vagamente. Porque aquella novela fascinante, boom del año x, ya no le dice nada a la persona que eres ahora. Por muchos libros que tengas, ¿de cuántos dices: “este libro hubiera querido escribirlo yo”, siempre que lo relees? Estos, y no otros, son los que hay que conservar como oro en paño. Aunque lo que te haya llegado al alma sea un capítulo, un párrafo, una línea, una frase. Aunque sean pocos.

Aunque el autor no esté de moda, sea criticado en Facebook, sea “antiguo”, no lo conozca nadie, escriba “raro” según los que entienden o van de entender. Tampoco importa nada. Ese, o esos, libros te han hecho sentir, han despertado algo en ti, te han deslumbrado. Eres muy afortunado: muchos o pocos, tienes libros, tienes vida.



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Dedicado a Pedro Siberia, amigo desconocido de Facebook.

ISLA EN EL HORIZONTE


Hoy te has despertado a las 8:30 con más energía de la normal. Preparas tu primer desayuno (el plátano que no falte, y las pastillas tampoco) y miras un poco el email y Facebook, aún en la cama. Vaguear es lo que más te gusta.

Pero ya no te vuelves a dormir, y te levantas para ordenar la cocina. Ayer llegó el pedido mensual del super, y quedan cosas.  Terminas muy orgullosa, porque has conseguido apilar los packs de agua y coca cola en dos sitios donde no molestan. Y después no te duele nada. Bien.

En vista de lo cual, te preparas el segundo desayuno. Suena WhatsApp y, oh fortuna, es tu hermana T. Agradable charla familiar. T, que se ha cambiado de casa en Madrid, insiste en que cuando vas a ir a conocer su casa nueva.

Madrid, maleta, tren (solo AVE), taxi, riadas de gente… Te pones a maquinar cómo lo podrías hacer, pero el maldito miedo a la caída aparece de nuevo con sonrisa irónica: pero si no puedes ir ya ni al cine… mucho menos viajar sola. La única posibilidad de viajar que tienes es ir a la playa con ML y JL. Y eso porque la generosidad, en este mundo llamada JL, viene a buscarte a Zaragoza en el coche, y te lleva. Y a la vuelta igual. JL ha venido a buscarte, traerte y llevarte incluso desde el norte de Francia muchas veces. Aparte de tu amigo-hermano, es tu movilidad. Y gracias a él tienes vacaciones y puedes estar con ML, tu compañera de vida (y de discapacidades varias, pero esto os da mucha risa, como tantas otras cosas).

Sabes que tu hermana T haría lo mismo si tuviera coche. (A no ser que trates de convencer a tu hija para dos o tres días…)

Le comentas todo esto a tu hermana. Le dices que estás tratando de aceptar que, a tus 72 años, la discapacidad irá en aumento. Y sin pensarlo te sale del alma decir que también tratas de aceptar que pronto serás una isla en el horizonte.

Una isla en el horizonte. Te gusta. Te identificas.

Sí, eso serás.

 

HERMOSO POEMA QUE HA CAÍDO EN MIS MANOS

 El último "domingo de la abuela" (todos vienen a comer) tuvimos un accidente casero. Menos mal que estábamos al completo. La librería ikeana del salón debe de estar demasiado repleta, y, de repente, la estantería de la literatura norteamericana (sí, yo los ordeno por países) se nos desplomó encima. Incluso encima de Teo, que se llevó un gran susto. No, no pasó nada.

Mis dos hijos, altos y fuertes, la repararon en un santiamén. Luego, para no hacer el incidente demasiado largo, fuimos colocando los libros (en montones por el suelo) sin orden alguno.

Y eso a mí me pone algo nerviosilla.

Por fin hoy, 14 de abril, estoy sola y me he dedicado a iniciar mi sub-orden deseado, por autores. Y, lo que es tener muchos libros: estoy descubriendo obras que no recordaba, o que hace años que no había leído.

Y entre ellos, ha caído en mis manos esta Antología, dedicada a mí por mi padre, en el largo y delicado reparto que hizo a sus hijos antes de morir.
La abro, algo sorprendida, y salta a mis ojos este maravilloso poema de Walt Whitman, que no me resisto a compartir. 

Porque es lo que él hubiera querido:

GRÁVIDO DE VIDA, AHORA...

Grávido de vida ahora, compacto, visible,
yo, a los cuarenta años de mi vida y a los ochenta y tres de estos Estados,
me dirijo a alguien que vivirá dentro de un siglo o en cualquier siglo futuro,
a ti, que aún no has nacido, buscándote.

Cuando leas esto, yo que ahora soy visible me habré hecho invisible,
y tú, compacto y visible, comprendiendo mis poemas, me buscarás,
imaginándote cuán feliz serías si yo pudiera encontrarme a tu lado y convertirme en compañero tuyo.

Que sea, pues, como si yo estuviera a tu lado. 

(No creas demasiado que no estoy ahora a tu lado).


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WALT WHITMAN

En:
ANTOLOGÍA DE LA POESÍA NORTEAMERICANA / [compilada por] Agustí Bartra. - 3ª ed. - [Barcelona]: Plaza & Janés, [1974]. - 508 p. - (Selecciones de poesía universal)

 




HERMANAS

 Las hermanas nunca son como te las imaginas. Aparecen a tu lado de improviso y está mandado que las tienes que querer hasta la muerte. Aunque seáis como la noche y el día.

Eso éramos mi hermana segunda y yo. (Esto no se refiere a mis otras hermanas, sino sólo a ella, a la segunda). Ella, perfecta para todo el mundo, yo “rara y difícil”. De pequeñas, mis juguetes siempre en los altillos del armario, ella jugando con los suyos con cara de suficiencia. Trataba de ser igual que mi madre por todos los medios, y a mi madre le encantaba. Siempre la ponía de ejemplo ante las visitas.

Como dormíamos juntas, nos hemos pegado muchas veces, con rabia y sin arrepentimiento. Y la situación empeoró cuando fuimos creciendo. Ella empezó pronto a salir con chicos, yo tardé más porque era la fea de la familia, o eso me habían dicho. Pero me casé a los veinte con un chico de su pandilla, embarazada. Ese matrimonio pronto fue un desastre y nos separamos con tres niños. Mi hermana, sin preguntar ni avisar, se presentaba en mi casa con bolsas del supermercado, me daba dinero sin habérselo pedido, pagaba mis facturas sin avisarme. Me humillaba. Me humillaba. Cuando conseguí trabajo, tuvimos una bronca monumental, le dije que se abstuviera de jugar al hada madrina. Estuvimos distanciadas mucho tiempo. 

La vida es ancha y ajena, y ella tuvo un cáncer muy duro. Quería morirse en casa y yo la saqué del hospital, la llevé a su casa y la cuidé hasta que murió entre mis brazos.  Aún la veo, a veces, por la calle, como a mi padre. Mi querida, queridísima hermana.


sábado, 22 de abril de 2023

ESCRIBIR A PESAR DE TODO

 

Cuando en verano subíamos al Balneario de Panticosa, mi padre nos llevaba en coche a los mayores y a las maletas. Yo, en el asiento del copiloto, lo pasaba fatal. Primero porque odiaba la conducción titubeante de mi padre, y luego porque me sentía aplastada por las montañas majestuosas que se iban alzando a ambos lados de la carretera hasta cerrar el horizonte ante nuestros ojos. Se me encogía el corazón y me mareaba. Estado que solía durar todo el verano. Mi mejor día era el de la vuelta a Zaragoza, y mi mejor momento al llegar a Biescas, bajando hacia el valle, donde aparecía de nuevo el horizonte. Decidí escribir una novela llamada “Donde el valle se abre”. Quise inmortalizar esa sensación perfecta. Nunca he vuelto a tener un título tan claro. Es más, ahora los títulos son un problema.

Guardaba sin estrenar un cuaderno de raya doble, con esquinas redondeadas y tapas blandas de color azul. Lo decoré con mis habituales dibujos y letras adornadas, y comencé a escribir. La novela trataba sobre una chica ávida de horizonte. Pero, a las seis o siete páginas, me empeñé en introducir una muerte. La muerte de la madre, claro, lo que quizá fue demasiado ambicioso para mis doce años. Me bloqueé. Todos los días intentaba escribir, pero por fin guardé el cuaderno en un cajón. Aunque durante mucho tiempo sostuve que un día acabaría la novela y me haría famosa.

Mientras tanto, mis primos mayores comenzaban a tener novia y las nuevas parejas a mi alrededor me fascinaban. De nuevo necesité escribir. Esta vez una historia de amor, llamada “Petite”. Cursi y afrancesada, pero yo era así entonces. Cursi, afrancesada y tituladora oficial de todo lo que consideraba oportuno. Elegí otro cuaderno, de hule negro, que me pareció más de mayor. Pero el tema amoroso me aburrió enseguida. Y no me atreví a darle un giro más real, menos edulcorado; escarmentada por el fracaso anterior, quería escribir cosas bonitas. O era lo que necesitaba escribir. Este segundo proyecto no lo guardé, lo escondí. Me moría de vergüenza si lo leía alguien, con tantos abrazos y tantos besos. En casa éramos más bien serios.

Recuerdo tardes interminables, de los doce a los quince años, sola en mi habitación, sentada ante la mesa de estudio. Los dos cuadernos abiertos y el bolígrafo en la mano. Pensando, frustrada, que no servía para esto. A pesar de los sobresalientes en redacción que me ponían las monjas. Escribir en el colegio era fácil: la amistad, la virgen, los padres. Pero si no me daban el tema, no se me ocurría nada. Creo que a eso lo llaman negro, me martirizaba yo misma.

Años más tarde, en un momento duro, bajé del trastero la única maleta que quedaba, una maleta vieja. Al abrirla sobre la cama asomaron los cuadernos por un bolsillo interior. Los leí, pero no reconocí mis primeros escritos. No supe captar la sensación del horizonte que se abre dentro del pecho, el descubrimiento del amor a los doce años. La que yo era en ese momento rompió aquellos cuadernos en mil pedazos. Llenó la maleta de cualquier cosa y cerró la puerta sin volver la cabeza.

Y transcurrieron treinta o cuarenta años sin escribir.

 

ELLA*



Ella nació en 1945 (agosto, bomba de Hiroshima). Ha intentado ejercer de rebelde, o de bomba, casi desde que nació con los pies rotos, que le entablillaron. Que al soldarse, la dejaron patizamba.

 

Su entorno siempre ha tratado de convertirla en una persona normal, pero entonces se deprime, no entiende nada y desaparece. Pregunta ¿qué es una persona normal?

 

De pequeña era la fea (cejas juntas, nariz grande, tez verdosa) que abría la fila de cuatro hermanos angelicales, rubios, ojos azul/verde, o morenos de ojos dorados. Su madre le decía: si te dicen que eres guapa, es mentira; tú eres fea, pero inteligente.

 

Y Ella se decidió a ejercer de lista, ya que lo otro no tenía remedio, incluso aunque mamá le depilase las cejas a los siete años por primera vez. En la mesa los niños no hablan sin permiso. Ella gritaba “papá, ¿qué es el amor?” o cualquier otra cosa interesante y zas, a comer en la cocina.

 

Decidió hablar poco, le interesaba más leer y leer. Pero eso tampoco era normal en los niños de aquellos tiempos. Incluso cuando luego se casó, le preguntaban: “¿Otra vez leyendo? ¿es que no tienes nada que hacer?”

 

A pesar de todo, su madre era una mujer moderna en los años cincuenta: fumaba, llevaba pantalones, montaba a caballo. No le gustaba la educación de los colegios, y Ella tuvo una profesora particular en casa. Le apasionó estudiar, interesante variedad de leer, y consiguió  aprobar el ingreso de bachillerato “por libre” (qué bonito, entonces se decía así) un año antes de la edad. Se sentía poderosa.

 

Pero su madre, que era del opus, y había tenido todos los hijos vivos y muertos que dios le mandó, “se fue al cielo porque hacía un bonito día para irse”. Eso dijo, según su padre. Todo se hizo negro y llegó el colegio de monjas y una vida desconocida.

 

En el colegio Ella se aburría y hablaba mucho. Un castigo increíble fue encerrarla un día entero en un aula vacía con la compañera con la que más hablaba, “para que se harten la una de la otra”. ¿Y dicen que ahora se ha perdido el norte?

 

Convenció a su padre (lo convencía mucho) y la llevaron al Instituto. Pero hacía pirolas (pellas, lo que sea que se diga ahora) y la metieron interna en otro colegio de monjas, en un pueblo.

 

Pero un día vinieron a buscarla, porque el alcalde de su ciudad la había nombrado reina de las fiestas, su padre había aceptado, y había mucho que hacer y preparar en casa. Sin terminar el curso ni nada.

 

Otra vez no era Ella. La fea vestida con trajes regionales, con trajes de noche, en procesiones, de fiesta en fiesta, siguiendo todo el rato un protocolo marcadísimo… Dicen que es un recuerdo imborrable.

 

Cuando desaparecieron los vestidos, las entrevistas y los bailes, había que estudiar. Había que elegir una carrera inmediatamente. Consiguió decir: “Periodismo. O periodismo, o nada”.

 

Pero su padre eligió Pamplona antes que Madrid, y eso que en Madrid tenían familia. La Universidad de Navarra, de nuevo el opus. Corramos un tupido velo. Se puso enfermísima y la devolvieron a casa, en primavera, con un suspiro de alivio.

 

Como en su ciudad todavía era, de alguna manera, la reina de las fiestas, la invitaban a todo. Y una noche unos conocidos la violaron en su coche. Pero esto ya no quiere contarlo.

 

Cayó en la segunda depresión negra y no salía de casa nunca. Nadie lo sabía, Ella vivía como encerrada en un sótano tapiado. Su padre y su hermana segunda (señora de la casa desde que la madre murió) comenzaron a preocuparse. Algo había que hacer, y eligió estudiar Arte y Decoración. La volvieron a apuntar en una preciosa escuela del opus. Cielos. Y se dedicó a hacer lo que le daba la gana. La tapia no se notaba nada, pero Ella no sabía quién era. Le daba igual.

 

Ligó con un vecino, estudiante de Guinea, con la técnica de escribir en el cristal. Le encantaba, pero la gente los insultaba por la calle, sobre todo a Ella... 

 

Se escapaba de casa por las noches, cuando todos estaban dormidos. Menos mal que había dos puertas, y que el sereno, majísimo, la conocía. Buscaba los bares con música en vivo. Conoció a gente maravillosa. Aprendió a beber, a conversar, a amar la música. Algunas de aquellas personas las ha conservado toda la vida.

 

Y de súbito apareció su futuro marido. Flechazo, sí, flechazo. Ella siempre ha sido leal, y quiso contarle a él algo privado antes de hacerse novios, porque quizás cambiaría su opinión. Él contestó: “Así eres, así te he conocido. No me tienes que contar nada”, y Ella, deslumbrada, decidió entregarle su vida para siempre.

 

Craso error de juventud, aunque sea un asqueroso lugar común. Tuvieron tres hijos y duraron once años. Porque él se fue; Ella hubiera resistido toda su vida. Aunque la persona que es ahora, a veces, se alegra de estar sola.

 

Cuando el padre de sus hijos se fue, Ella ya había decidido trabajar, ser independiente económicamente. Como no se fiaba mucho de sí misma, ganó unas oposiciones. Tenía 29 años e ingresó a los treinta. Ha sido funcionaria treinta y cinco años. A veces se sorprende de haber aguantado, pero menos mal. Por eso ahora Ella suele decir que “cuando decido algo en serio, lo cumplo”.

 

Ella siempre ha creído que en el trabajo fue feliz, pero su salud comenzó a deteriorarse. Después de nacer su tercer hijo “la vaciaron”, como se decía entonces. La menopausia precoz fue terrible y apareció la osteoporosis, aparte de otras muchas enfermedades menos importantes. Tiene fracturado casi todo. Con más o menos clavos insertados. Hasta la dentadura se le ha ido cayendo por osteoporosis de mandíbula. Ella se llama a sí misma Mazinger Z, porque los superhéroes de ahora no los conoce bien.

 

Cuando sus hijos empezaron a ser mayores, reanudó las salidas nocturnas, que le daban la vida. (Ahora, ni con los mansos…). Cantar, bailar, conversar. Y ligar. Aunque jamás ha querido darles a sus hijos otra figura masculina, le encantaba coquetear, sentirse deseada y lo que surgiera. Entre ellos también conservó algún gran amigo, ahora desaparecido.

 

Y comienza el proceso de envejecer. Antes decía “hacerse mayor”, pero Ella ya ha perdido el miedo a las palabras. Al principio le sentó muy, muy mal, no se gustaba, se entristecía, pensaba en todo lo perdido que ya no tiene remedio…

 

Pero, con sus estallidos de bomba y sus incoherencias, ha conseguido cambiar de actitud. Está más serena, duerme, no se entristece tanto. Disfruta de sus amigos, de la música, de sus libros, de escribir… Y si de repente tiene que estallar en llanto por lo que sea, llora a gusto y ya no le importa. Bueno, esto es mentira, sí le importa.

 

Lo peor es lo de sentirse a veces la marciana en casa, y en todas partes.

EL CRÁTER DE UN VOLCÁN

  "La vida es un baile en el cráter de un volcán que en algún momento hará erupción" (Yukio Mishima).

En la reorganización de mi biblioteca, que está resultando más difícil de lo que pensaba, de momento no he encontrado más que un libro de Yukio Mishima: "El templo del alba", (Luis de Caralt, 2ª ed, 1990). También lo tendré que releer, pues no lo recuerdo en absoluto, y eso que tuve mi momento de pasión por los escritores japoneses; por ejemplo, de Yasunari Kabavata tengo varios, y no digamos, ya en la actualidad, mi querido Haruki Murakami, del que tengo casi todo.

Pero la frase de Mishima me gusta. Me parece la verdad. Creo que últimamente nos han dado varios avisos de que esto es, será, así. Yo enlazo esta frase con mi máxima de vida Carpe diem, de Sócrates, y con algunas otras de la filosofía griega y romana, y por eso el cráter danzante no me asusta.  

Pero no sé si todos hemos sido conscientes al mismo nivel de estos avisos de mentes preclaras. Cada ser humano es un ente distinto, lo que, si lo miras de forma optimista, es una maravilla.

Un ente distinto que coincide se encuentra a través de la literatura. Casi siempre a través de la literatura, según mi humilde opinión.

Yo, por ejemplo, he encontrado la frase de Mishima en el maravilloso libro "Herido leve: treinta años de memoria lectora" de Eloy Tizón (Páginas de Espuma, 1ª ed., 2019). 

Leer, siempre leer. Y vivir el presente sin miedo.

 

73 AÑOS


Son las cuatro de la tarde de un día soleado. Estoy tratando de escribir algo decente, mientras en YouTube suena mi querido Franco Battiato.

Y de repente descubro que la música me distrae, no me deja escribir. Por primera vez en mi vida. Aunque sea mi Battiato. Y tengo que bajar el sonido casi a la nada.

La música. Sólo escucharla. Venga, que tampoco es tan malo.

Hacer una sola cosa a la vez, no dos. Aunque sean “tus” dos, como ahora. Un día te das cuenta de que tu mente solo te permite eso, una cosa detrás de la otra. Y toda la vida haciéndoles bromas a los hombres por ello… Me surge la palabra “banalidad”.

(Conste que ahora mismo he dejado el teclado para bailar “Centro de gravedad permanente”. El día que esa canción ya no me lance a bailar… Ahora sentada en la silla, claro. Pero a veces también lo hago sola por el pasillo y es la felicidad).

Sola. ¿Por qué te sale esa palabra tantas veces? ¿Por qué te duele? ¿por qué lloras a menudo sin saber por qué?

Hace unos días, mi voz de detrás de la oreja izquierda me sugirió: “falta de cariño, eso sientes”. Mi yo oficial se escandalizó de inmediato: “Ni hablar. Falta de cariño, ¿¿yo?? Estás muy equivocada. Mis hijos, mis nietos, mis mil y pico amigos de Facebook…” Ella es más tozuda que yo y continuó: “Sí, mucha gente te quiere, o te lo dice. Pero reconócelo, con lo estirada que has sido toda la vida, ahora echas mucho de menos:

Ratos de compañía porque sí, aunque sea en silencio. Sonrisas cómplices. Sonrisas cariñosas. Sonrisas mirando a los ojos. Besos y abrazos en cantidad, esos que antes te envaraban. Una mano suave en tu antebrazo. Un brazo por encima de tus hombros, con ese escalofrío. Y no, no hablo de sexo, siempre lo podemos dejar para otro día. Pero sí, amiga, lloras porque sientes ausencia de cariño, del cariño de toda la vida”.

Y la muy cabrona se calla, dejándome estupefacta. Misterios de la mente ¿o del corazón? Anda, apúntalo para la visita al psiquiatra del miércoles, no se te vaya a olvidar.

¿Será verdad que las redes sociales nos están cambiando? Yo llevo años defendiendo a Facebook, que ha llenado muy gratamente mis soledades. Pero es cierto que leo menos (pecado mortal), que camino menos, que hago menos cosas, aunque a veces me obligue a cerrar la pantalla y me ponga a ordenar, meter la lavadora, sacar el lavavajillas, buscar en Netflix.

Ya os oigo: tienes que organizarte: una hora para caminar por la mañana, dos horas de lectura, el rato indispensable de la casa y la familia, y lo que quede para la pantalla…

Tendría que volver a nacer, no sé ser disciplinada, organizada, me aterroriza. Siento que así desaparece lo misterioso de la vida, que está ahí, que lo espero. Y que a veces sucede, aunque no siempre benéfico; pero eso no me importa, me he empeñado en que yo sé salir sola de todo, bueno o malo. Creo que a esta actitud contribuyó aquella costumbre de leer el día anterior los temas de un examen, y luego aprobar siempre. La voz vuelve sin piedad: “eso te hizo una vaga, apechuga ahora con las consecuencias”.

Bueno, va a llegar mi nieto pequeño. Seguiré otro día. 

DIVAGACIONES SOBRE ENVEJECER

 

 

Envejecer está resultando menos desagradable de lo que esperaba. Vale, La sordera, hereditaria, que después del sofocón inicial, se soporta. En fin.

 Incluso creo que mi cerebro es ahora más rápido, a veces me descubro más inteligente (no reírse, por favor). Sé hasta formular razonamientos (que siempre me ha gustado bastante poco, por aquello de la enemistad secular entre la razón y yo, pero ahora me hace casi hasta ilusión).

 No lo creeréis, pero hace años que no olvido las llaves dentro de casa, cuando el tema me ha tenido mártir media vida. Y ya no he vuelto a meter las zapatillas en la nevera; lo hice hacia los sesenta, y ahora a esa edad se es joven, por lo visto.

Incluso mi acreditada mala salud de hierro ahora es más de hierro que nunca. Bueno, la consecuencia de mi osteoporosis grave (y temprana) es una limitación de movimientos. Pero ya no me duele tanto. Y como no pienso correr… Si hay algún desastre mundial de esos que predicen a diario, los extraterrestres me encontrarán a mí como la mujer de Lot. Estatua de sal al borde del camino.

Bueno, pues eso, que físicamente no me encuentro demasiado mal. Siempre he sido precoz en todas mis aventuras, y ahora veo que también en las enfermedades. Pero prefiero mil veces una vieja “sana”, ahora que lo soy, a una vieja enferma y doliente, aunque haya disfrutado de una juventud a prueba de bomba. Además, en este último caso te la pasas lamentando lo perdido. Y yo me he autoconvencido de que no tengo nada de qué lamentarme, cosa importante.

Porque lo peor, a pesar de todo lo que estoy diciendo, es el final del camino. Hay que encararlo con mucha moral, con alegría, con buena disposición. En caso contrario, puede que acumules boletos para la rifa de una residencia de ancianos. Y eso sí que no. Nunca se sabe, a lo mejor llega igual, pero ya nos preocuparemos de ello cuando ocurra. Soluciones hay para todo y, si no, se inventan. Es cuestión de amoldarse, de tener paciencia. Esto, de vieja, se acepta estupendamente, se entiende. Se asimila. Y es una liberación.

Esa es una de las claves, que se entiende casi todo, por no decir todo. Y lo que no entiendes, lo dejas en paz. No pasa nada, casi nadie entiende “todo”, y cada vez menos. No te compensa ya (de un modo lento e inexplicable) tener discusiones, líos, malentendidos. Sólo quieres estar en paz.

Y yo lo vivo como un premio al final de mi complicada vida. Y me apetece mucho disfrutarlo. Las buenas mañanas me siento en una terraza a tomar el aperitivo, o lo que sea, disfruto de la gente, de la calle. O me siento en el andador, bajo un árbol, con un café de llevar, o una botella de agua, para poder fumar un par de pitillos.

Sí, no he conseguido dejar de fumar. Algún defecto hay que tener, sin fanatismos. Yo procuro no molestar a nadie, si no se puede fumar, no fumo. Pero también estoy convencida de que, ya a esta edad, no me va a pasar nada. La edad crítica de los cánceres ya la pasé ocupada en otras cosas desagradables, sin tratar de hacer comparaciones. Y cualquier cosa que me pueda pasar, en plan salud, ya será mucho más leve y llevadera que si fuera joven. Y si no, tampoco pasa nada.

Los amigos. Los Amigos con mayúscula te acompañan a lo largo de los años. Además, ahora que ya estamos todos jubilados, es un placer podernos juntar por el día. Incluso tomarnos una copilla de vez en cuando. Y, sobre todo, reírnos. Reírnos juntos. Esta es otra de las claves de la vida.

Envejecer está siendo todo un experimento para mí. Y además no ha hecho más que empezar, porque le he prometido a mis nietos que no me puedo morir hasta el año 2040. Y las promesas que hace Abu, las cumple, vaya si las cumple.

DISIPADA

La palabreja la persiguió durante toda su estancia en el colegio.

 

¡No se disipe! ¡otra vez disipada! pero ¡qué afán de disiparse tiene usted! Los castigos volaban sobre su cabeza, y ella no conseguía enterarse de lo que había hecho para merecerlos.

 

Al principio no entendía la palabra, porque las monjas no explicaban lo que creían estaba claro para todo el mundo. Y ella, por supuesto, no lo quería preguntar. Pero al cabo de un tiempo lo enlazó con los “despistes” que le atribuían en casa cada cinco minutos. A veces su padre se compadecía: “es despistada como yo, lo ha heredado de mí...”. En un sitio disipada, en el otro, despistada... todo empezaba por d. 


 Finalmente, fiel a sí misma, miró la palabreja en el diccionario:

 

disipar.

(Del lat. dissipāre).

1. tr. Esparcir y desvanecer las partes que forman por aglomeración un cuerpo. El sol disipa las nieblas; el viento, las nubes. U. t. c. prnl.

2. tr. Desperdiciar, malgastar la hacienda u otra cosa.

3. prnl. Evaporarse, resolverse en vapores.

4. prnl. Dicho de una cosa, como un sueño, una sospecha, etc.: Desvanecerse, quedarse en nada.

 

Y el adjetivo era peor:

 

disipado, da.

(Del part. de disipar).

1. adj. disipador. U. t. c. s.

2. adj. Disoluto, libertino. U. t. c. s.


Alucinó de que las monjas la llamasen algo parecido a libertina; definitivamente, no podía decirlo en casa. Pero, pensándolo mejor, la primera acepción de desvanecerse, evaporarse, esparcirse, terminó resultando agradable. ¿Y si era un poder, y si ella tenía algo dentro, alguna aptitud, que pudiera desarrollar? Por algo lo dirían las monjas...

 

Se acostumbró a concentrarse en una sola cosa, a intentar no pensar (ahora es una técnica de meditación). Estaba convencida de que, si conseguía vaciar su mente de toda idea, de toda imagen, sería más fácil desvanecerse en la atmósfera. Y al fin conseguir el estatus de mujer invisible; de todos los personajes leídos, era el que más le gustaba. Eso sí, invisible para quien, cuando y donde ella quisiera.

 

Ese esfuerzo le costó disgustos, suspensos, más castigos. Y una férrea reputación de rara, de ensimismada, de diferente al menos, que no sabe si aún persiste, posiblemente sí. Algo rara sí debía ser, pues lo que más le gustaba, aparte de no contestar a las preguntas, era escribir los exámenes al revés, con escritura de espejo. Cree recordar que le hicieron algún electroencefalograma, y una serie de pruebas de inteligencia, que detesta desde entonces. Los resultados no debieron ser muy malos, porque finalmente la dejaron en paz. A la paz contribuyó mucho que su padre la sacara del colegio. Y que en el instituto nadie se ocupara de su disipación.

 

Pero aún hoy, su momento más completo es ese en el que consigue disolverse en el infinito, por mucha gente o ruido que haya a su alrededor.

  

DETERIORO COGNITIVO

 

Mi psiquiatra es maravillosa. Me dijo que me encontraba estupenda. Que debía tener presente que mi depresión, al ser endógena, va conmigo; pero que yo he sabido adquirir recursos para controlarla, para vivir con ella. Y que la medicación funciona y de momento no se va a tocar.

Pero me van a hacer unos análisis no habituales para aquello del “deterioro cognitivo”. Este nombre me da terror porque de inmediato aparece el alzhéimer de mi padre. Pero enseguida mi hijo P me riñe y me recuerda que ya me han hecho pruebas de alzhéimer unas doscientas veces y han salido negativas, que deje de insistir. Hay que ver la cantidad de trabajo mental que les ocasiono a mis hijos, a éste en concreto. Aunque sólo fuera por eso, es un enorme motivo para seguir luchando y estar fuerte y alegre.

Me he vuelto a enfrentar con los siete pisos andando (si, seguimos igual), con la calle, con mis terrazas, con mis amigas, que me siguen llamando y eso también debería darme alegría.

Pero ayer, en un grato encuentro con tres amigas muy queridas, descontrolé. En un momento dado criticaban a una ausente, más amiga suya que mía. Yo siempre me mantengo sorda a las críticas, sobre todo de quien no está presente. Es algo que odio, no lo quiero en mi vida. Rara vez lo presencio, porque huyo de esa situación, inmediatamente surge la garra en mi estómago.

Reconozco que, con bastante mala idea, pregunté: “Y cuándo habéis quedado con ella”. “El sábado”, me respondieron. Inmediatamente las mandé a la mierda con vehemencia, me salió de las tripas. Es inconcebible para mí que se trate asiduamente a alguien de quien luego se dicen esas cosas. Y me quedé bastante alterada. ¿Habría tenido que ser más prudente? ¿Había roto la armonía de la reunión?

Porque los comentarios surgieron por la dichosa política. Diferentes posturas políticas que enseguida se enconan y pasan a lo personal. (O sea, Facebook). ¿Qué nos está pasando? ¿por qué nos estamos volviendo tan primarios, tan elementales? Tengo amigos de (casi) todo el espectro político español, y jamás eso ha sido motivo de enfado, si acaso una broma bienintencionada, y ni eso. En todas las personas hay aspectos y cualidades mucho más importantes que su preferencia o adscripción política. (No hablo de los extremismos).

A mí me educaron dos personas “de derechas” y muy religiosas, mis queridísimos padres. Yo soy agnóstica y de izquierda. Esto lo supe cuando había muerto mi madre. Mi padre y yo sabíamos quienes éramos, y nos quisimos y nos hicimos todo el bien que supimos hacernos. Y tras mi padre, tanta otra gente.

Bueno, dejemos la política, que debería servir para unir y no para separar.

Y también ayer sucedió otra cosa a la que yo le tenía pánico: llegó el chico alemán del intercambio del colegio de mi nieto mayor. No me apetecía nada, no quería un “intruso” en mi casa, en mi revolucionada cabeza. Y llegó Jonas, una persona encantadora, sonriente y supereducada de catorce años. Mi nieto y él se entienden en inglés de maravilla. ¡Y también juega al balonmano!

En fin, que tengo que aprender a no pre-asustarme. Con lo que lo predico… Y a reírme más de mí misma, que es muy sano.

        

CUADERNOS ANTIGUOS (199-2004)

 

1997.

12 de agosto

Este cuaderno es el regalo de ML por mi 52 cumpleaños. Creo que es el mejor regalo de mi vida. Hacía mucho tiempo que esperaba este cuaderno, y, no sé por qué, no me atrevía a comprármelo ni a pedírselo a nadie.

Pero hoy me he atrevido a pedírselo a ML, cosa importante por dos aspectos: porque me he atrevido y porque lo he hecho a la persona indicada, que, como siempre, se ha apresurado a quedar conmigo para salir las dos juntas a comprarlo.

Y en la segunda tienda, ahí estaba el cuaderno: tapas duras, encuadernado en tela verde, lomo negro, páginas blancas. Justo ese. El que yo quería desde los doce o catorce años. Estoy muy contenta y espero saber llenarlo.

¿Son muchos 52 años para empezar de nuevo? ¿Son pocos? Confío en que me dé tiempo, confío en que ese tiempo, corto o largo, no sea baldío.

Son las 12 menos un minuto de la noche y está a punto de terminar el 12 de agosto de 1997. Uno de los días más importantes de mi vida: recuperaré la escritura.

 

16 de agosto.

(Unos días en Galicia, invitada por mi amiga G.)

La casa de G es maravillosa. No me había imaginado que la rodeara un mundo tan exquisito. Ella tiene mucho mérito, me gusta, es una mujer fuerte y vital que ha decidido vivir y aprovechar la vida. A la vez es muy poética, muy tierna y romántica; y el conjunto, para mi gusto, crea una mujer absolutamente fuera de lo común en este país y en esta época. Recuerdo que ya me lo pareció cuando la conocí. Qué bonito es que una buena impresión se confirme y se amplíe veinte años más tarde.

En mi situación actual de regresión a no se sabe qué (imagino que para avanzar luego a lo que tenga que avanzar), he montado algún numerito que otro: mutismo absoluto en la charla de la comida, frases grandilocuentes con voz temblorosa y, como colofón, jaqueca nocturna con diarrea y vómitos, que me ha impedido ir a la famosa Fiesta del Agua (a la que no me apetecía ir).

Ayer intenté varias veces defender mi postura de que no me apetecía, razonándola e incluso intentando invocar el derecho a la libertad de acción, pero G y X son dos pesos pesados y no me salió bien. Bueno, sinceramente preferiría que lo de esta noche no haya sido una somatización asquerosa para salirme con la mía por un camino alternativo y tortuoso.

Me parece que estoy yendo por el camino de la “pobre chica”. Creía que ya lo había abandonado, pero por lo visto de vez en cuando vuelve. Algo dentro de mí se rebela (yo no tengo nada de pobre chica, cuernos). Pero a lo mejor es necesario trillarlo una vez más para llegar a ser una mujer normal. Me gustaría que fuese la última.

17 de agosto

Está nublado (esperable, ¿no?).

Estoy conociendo tipos curiosos. No sé si entiendo muy bien a los gallegos, me dan la impresión de tener los sentimientos “descolocados”, o al menos colocados en frecuencia distinta. Aquí hay gente amiga de toda la vida que se lleva a juicio por un “fondo” de diez mil pesetas para una salida nocturna, o un viaje en grupo; gente que, sin ser amiga, llama a la puerta de tu casa a las nueve de la mañana para contarte que está embarazada de un señor casado; gente que, en un pueblo pequeño donde se conoce todo el mundo, va contando que es un espía de Garzón y que lo persigue la CIA… en fin.

La verdad es que son especiales, y sin duda impactantes, al menos la primera vez, pero gente curiosa hay en todas partes

19 de agosto

Hoy cumplo 52 años. Me he estado preparando durante meses, por muy ridículo que parezca, pero no sé si me hago a la idea. La primera llamada telefónica ha sido la de mi hija, y me han entrado ganas de llorar por primera vez desde que estoy aquí. He conseguido no hacerlo y me he esforzado por estar cariñosa y por transmitirle la enorme ilusión que me ha hecho su llamada y lo que se la agradezco. Espero haberlo conseguido.

Esta mañana el tema estrella eran los estudios de los hijos: futuro, dinero, responsabilidad, implicaciones, cómo le haces estudiar a alguien… Me duele el tema todavía. He manifestado que yo en eso he fracasado personalmente, y no con un hijo, sino con tres. G opina que no fracasamos nosotras, sino ellos. ¿Por qué me duele todavía? ¿Lo arrastraré toda la vida? O es que lo que hay que hacer es conseguir desimplicarse personal y emocionalmente de las personas y asuntos de tu vida, hasta quedar desnudo frente a ti mismo. (Hablo de esto en impersonal y en masculino, tengo que trabajar sobre ello).

20 de agosto

No olvidar:

-Cabo de Corrucedo: el mar rompiendo contra las rocas, el sol desapareciendo lentamente por el horizonte y reflejándose en el agua hasta formar una luz cegadora. Paz, inmensidad.

-Duna de Corrucedo: trocito de desierto entre esplendor de paisaje verde, mar limpio y tranquilo.

-Cambarro: El pueblo más auténtico y original que he visto hasta ahora. Edificado sobre una roca, casas y calles de piedra, hórreos en semicírculo frente al mar. Hortensias en balcones y escalinatas. Callecitas de cincuenta centímetros de anchura, serpenteantes, hacia arriba y hacia abajo, con escalones tallados en la piedra.

Añadir a la galería de tipos:

-M el filósofo, que camina solo por el pueblo, entrando y saliendo de las casas, y saludando o no a la gente, según le viene. Siempre cuenta que le está creciendo el lado derecho del cuerpo.


22 de agosto

No puedo quejarme de la colección de playas y océanos que me llevo, a cuál más bonita. El mar, ayer en las Cíes, al atardecer era verde botella, casi negro, un color impresionante.

Anécdotas:

Z, que es muy ama de casa, encuentra en el mar un bote de Fairy “lleno” y se lo trae para casa inmediatamente.

La embarazada no ha vuelto a llamar a la puerta. ¿Nos vamos a quedar sin saber el final de la historia?

Los pimientos de Padrón empiezan a picar a finales de agosto. Lo he comprobado en cuestión de días.

Pontevedra, recoleta y señorial, toda piedra antigua y ventanas blancas.

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25 de agosto

Último día en Galicia, sensación agridulce. Se que recordaré esta paz, este paisaje verde y dulce, este océano amansado en mil rías, esta atmósfera tan distinta.

Ayer llovió por primer y único día, y fue maravilloso porque, efectivamente, la lluvia menuda y suave es parte integrante de todo ello, paisaje, luz, atmósfera.

Por otra parte, sé que me voy en el momento justo. Diez días de relación, a los que globalmente se les puede calificar con un 9’5, son incluso demasiados para personas desconocidas, o que no han tenido contacto alguno en 18 años.

Pero todo ha sido positivo para mí. He aprendido mucho, sobre todo de mí misma y por supuesto de ellas. La fuerza e intensidad de MJ, la delicadeza de M, el amor a la vida y la sensualidad de G, la wikinga gallega.


26 de agosto, en el tren.

Nos hemos levantado a las 6 y he cogido el tren a las 7:45. G estaba enfadadísima. Insisto en que me he ido en el momento justo. Trayecto en coche a la estación en silencio total, al final, en la estación, X ha estado normal y cariñosa, pero yo lo estaba pasando mal y casi no me he despedido ni les he dicho nada de lo que pensaba decirles. Creo que les escribiré, primero a las tres juntas y luego a G. Ojalá le vaya bien con el hijo, con los miedos, con los hombres, con la soledad. No soy la única que sufre, es obvio.

Estos días de terapia de mujeres me han sentado muy bien, pero no para ver lo que he hecho mal y en lo que me he equivocado, sino para afirmarme en muchas cosas.

Por ejemplo, la educación de mis hijos es la que ha sido posible. He procurado ahorrarles muchos malos ratos, aunque no haya podido ahorrarles todos, qué le vamos a hacer.

Sé que tengo un problema en mi relación con los hombres, explicable dada la trayectoria de mi vida en ese aspecto, pero tampoco lo llevo tan mal como parece, o eso creo, caramba. ¿Es que todas las mujeres que conozco son de las que hacen cualquier cosa por tener un hombre al lado? ¿Me estoy engañando (la paja y la viga) y soy así yo también, y no me quiero reconocer en ellas? Puede, pero algo me dice que no es así en mi caso.

Notas del viaje:

Al paso del tren, una señora mayor que limpia su casa se asoma a la ventana y agita el brazo vivamente.

Letreros en pueblos:

“Chicho se casa”, de balcón a balcón, atravesando la calle.

“Si quiere comprar estos pisos, infórmese, está en juicios”

“ABOGADO”, luminoso enorme en la noche.

Niña de unos cinco años contando a gritos a su vecino de asiento: “y entonces papá se enfadó y arrancó el teléfono de la pared y yo me acerqué y me dio una torta y mami estaba llorando ¿verdad que sí, mami, verdad que lloraste?... bueno, sólo esa vez”.

 

31 de agosto a las 23:35

Mañana empiezo a trabajar, con la sensación conocida de que comienza un nuevo año en septiembre.

El año del cambio positivo, espero. Afirmación: Haré las cosas lo mejor que sepa y pueda. Conservaré la calma y buscaré la ilusión día por día.

Y escribiré todos los días. Lo más importante.

 

21 de septiembre, 23:45

Veintiún días sin escribir. Las veces en que he abierto el cuaderno, me ha dado miedo. ¿Será normal?

Hoy ha hablado mi padre de eso, de que durante casi toda su vida ha llevado un diario, pero sólo referido a hechos: hoy he hecho esto, he hecho lo otro. Sólo eso, porque otro tipo de cosas, imagino que sensaciones y opiniones, le daban miedo.

Al preguntarle por qué, ha dicho que siempre se escribe para que otros lo lean. Y que si escribía todo lo que llevaba dentro podría hacerle daño a alguien. Aunque fuera cuando ya estuviese muerto.

Me ha impresionado, me ha parecido una idea terrible. He visto a mi padre desde otro prisma: sufriendo por casi todo, y lo peor es que sufre no sólo por lo que ocurre, sino por lo que quizá pudiese ocurrir.

Me ha gustado que mi hermana CH le dijera que alguna vez tiene que ser libre, que, si le apetece escribir algo de lo que lleva dentro, que lo haga; que, respecto a nosotros, no por lo que podamos leer en un futuro, él va a dejar de ser nuestro querido padre.

Las dos hemos puesto mucho énfasis en que para nada queremos un padre perfecto. Cuando oye esas cosas, se ríe, pero creo que en su interior no le sirven.

Últimamente pienso en las cosas en las que no me gustaría parecerme a él (aunque temo que ya no tenga remedio). Tan elitista, a veces distante, a la vez que tan cariñoso y entrañable. Y sobre todo esa visión religiosa, para mí tan patética, con san Pedro abriendo y cerrando puertas (como su madre, la abuelita Luisa, hace 25 años): dios paseándose muy digno por el paraíso, condescendiendo de vez en cuando a hablar con los humildes mortales que han tenido la suerte de llegar allí, preguntándoles:

--¿Qué hiciste en la tierra? ¿viste las cataratas del Iguazú?

--No señor, no pude.

--Lástima, con lo bien que me quedaron….

A pesar de todo, lo bueno es que ya escribo, treinta años después de haberlo dejado. Y creo que es importante, aunque no termine en la novela de mi vida.

¿Me pasará lo mismo con la pintura, también abandonada? Habría que intentarlo. (Voz en off del psicólogo/psiquiatra; ¿habría que intentarlo? ¿quién?). Yo, Luisa, tendría que intentarlo. Yo, Luisa, lo intentaré.

 

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1998

22 de noviembre, 22:40.

Pues han pasado mucho más de cuatro meses. Concretamente, diez. La disciplina y yo nos llevamos muy mal.

¿Me he dejado escapar este año 98? Creo que no. Es más, ha sido muy importante: he querido a K, y mis hijos han empezado a emanciparse.

Respecto a K, no es que ya no lo quiera, lo expreso así porque me he dedicado a quererle con un fervor absoluto. Si busco un buen resumen del 98, no cabe duda de que es este: he querido a K y mis hijos se han emancipado.

Qué tremenda soy con esto de los hombres. No tengo medida, me meto hasta el cuello y luego, a llorar. ¿Será que me quiero poco a mí misma? Tanto empeño en adorarlos resulta un poco servil, un poco como colocarte dos escalones más abajo. Pero me gusta, me siento feliz y realizada cuando los estoy adorando.

Parece mentira después de haber leído tanto. Mi tendencia masoquista debe ser fuerte, porque los elijo con pinzas: los más guapos, los más raros, los más difíciles. Primero, autocompasión entendida al revés: el más guapo se ha fijado en la fea. Segundo, vanidad insoportable: Yo lo entiendo mejor que nadie, por raro que sea. Tercero: buaaa… no me lo merezco. Cuarto: buaaa, buaaa, buaaa; de nuevo lo he perdido todo, con lo bonito que era, con lo que yo lo quería. Con la maravillosa historia de amor que le he ofrecido. No se ha enterado de nada, no me ha conocido, ni siquiera sabe que no habrá en el mundo otra mujer que le quiera como yo.

Señor, señor. ¿Tampoco de esto me voy a liberar? Pues creo que este es el momento de intentarlo, que o ahora o nunca. ¿Siempre voy a estar colgada de algo? De mi familia, de alguna amiga, de mi ex, de mis hijos, de los hombres, de K… ¿Tanto miedo me da quedarme sola conmigo misma, sólo yo y nada más?

K es guapo, sí. Es tierno, es brillante, a veces es entrañable. Pero no es muy responsable, es egoísta, es un desastre económico, no tiene ni idea de quienes son las mujeres, ni le importa, bebe demasiado. ¿Por qué me tengo que colgar de él? Si, además, él no lo desea. Él quiere (o eso dice) que seamos amigos. Yo también digo que quiero conservar al menos su amistad. Va a ser divertido, si no apasionante, ir comprobando hasta qué punto no miento cuando digo esto.

 

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1999.

23 de febrero.

Pues mentía, y además lo sabía. De “al menos su amistad”, nada de nada. K y yo no seremos amigos nunca porque es imposible. Yo no quiero ser “sólo” su amiga y él no tiene ni idea de lo que significa tener amigas (no puedo decir lo mismo con los amigos, porque le he visto rasgos entrañables con ellos).

Alucino de que en noviembre escribiera lo que escribí con tanta lucidez y en febrero esté todavía colgada de esta historia. Quiero pensar que cada vez menos, pero todavía lloro por él.


27 de febrero.

Han pasado cuatro días y no he llorado. ¿Habré llorado ya lo suficiente? Espero que sí.

¿Por qué siempre persigo lo imposible? ¿Por qué no soy capaz de aceptar la realidad y construirme dentro de ella un espacio, al menos cómodo y relajado, asumiéndola tal como es y sacándole el lado positivo?

No es que esté mal montarse películas, o tener una parcela de sueños y fantasía, siempre y cuando eso no te impida vivir tu vida, la real. Al fin y al cabo, mi vida no es tan mala ni tan decepcionante. Tengo tres hijos estupendos, en el trabajo soy bastante buena, mis amigos creo que me quieren.

Nota interior desasosegante: ¿a quién quieren mis amigos? ¿a cuál de las varias Luisas? ¿algún día conseguiré fundirlas en una sola? Me encantaría, pero a lo mejor es imposible, no sólo para mí, sino para una determinada clase de gente. La gente que lo que mejor sabemos hacer es pensar, pensar y pensar, dar vueltas a las cosas indefinidamente, no dar nada por terminado y ya está, volver periódicamente sobre lo mismo.

Me encantaría ser simple, sencilla, simple de espíritu. ¿Será verdad que se puede conseguir sólo con la voluntad? ¿tendrán razón los que defienden que con la voluntad se consigue todo? Siempre he sentido esa actitud como poco humana, muy de superhéroe. Y yo no quiero ser superheroína, aunque alguna vez pueda parecerlo, o incluso me lo llegue a creer.

Lo que verdaderamente me gustaría ser es dulce y sencilla, dejarme fluir con la vida.

 

5 de marzo a las 02:30.

Sigo sin llorar por él, pero lo he visto. Lo he visto, he estado con él, he cenado con él y he dormido con él. Eso sí, como hermanos, según él dice. Ostras, qué fuerte es lo que me une a él. Y cómo lo sabe, y qué claro lo tiene. ¿En qué quedará todo esto?

Todos me critican esta relación. Las relaciones, ¿siempre tienen que ser comme il faut, tal como la sociedad las concibe? La gente quiere ver cosas que no les hagan pensar, que no les asusten, que no rompan sus esquemas, que no les hagan enfrentarse consigo mismos.

Parece ser que mi sino es estar del otro lado, ser el blanco de las críticas o, cuando menos, de los comentarios.

Pero, siempre, algo en mi interior se rebela contra la idea de que los demás tengan razón. Creen que tienen razón porque son muchos más, porque son todos los demás. ¿De dónde me vendrá soberbia tan audaz? Me sugiere sentimientos de adolescencia, o de juventud precoz. Y manda narices, porque tengo 53 años.

Sentirse vivo no tiene nada que ver con el tiempo transcurrido. Valiente injusticia. Una cabeza súper-adulta en muchos sentidos y un corazón casi sin estrenar. ¿Servirá de algo todo esto? Me encantaría averiguarlo, o entenderlo, antes de morirme. Y si no me es dado entenderlo en esta vida (putada), al menos en la siguiente. En la siguiente lo que sea: otra vida, estado, paraíso, éter.

He pasado casi doce horas con mi hermana H. Bebiendo, charlando. Viviendo. Voy reconciliándome con ella, en eso sí que va funcionando bien la madurez. Me alegro. Es una tía maja. Ojalá le salga bien lo del trabajo. Tiene razón cuando dice que no se merece estar en esta situación de indigencia y angustia. Ojalá yo fuera rica, aunque sé que para ella no sería solución. Por favor, que se le arregle. Anda, dios, vuelve en una Harley o como te dé la gana, pero al menos vuelve para H, si es que le va a servir de algo. Ya vale de pruebas. Algunos llevamos encima las pruebas nuestras y las de un montón de gente: ¿por qué lo tienes tan mal montado, tan mal repartido? Ni lo entiendo ni lo entenderé jamás, que lo sepas.

 

2 de septiembre.

Raro verano. Verano en soledad, sin dinero. Un fin de semana en Jaca, ocho días en Torrelavega viendo a mis hijos mayores. Y muchos ratos sola en casa. En mi nueva casa, en la primera casa verdaderamente mía de mi vida, aunque sea alquilada.

Estoy en ella desde el 19 de mayo. Me la proporcionó K, si no lo escribo reviento, porque fue para mí superimportante. Como dice él: “para que luego digas que no te quiero y que no pienso en ti ni me preocupo por ti”.

No dejan de pasar cosas últimamente en mi vida. Primero se van mis hijos, luego me cambio de casa, pronto cambiaré de responsabilidad en el trabajo. No sé si me gusta tanto cambio o los preferiría más dosificados. Odio la vida monótona, pero también sé que a mi disipada cabeza le sienta muy bien.

Todo esto es lo que siempre he creído desear: sola, independiente, en un apartamento. ¿Y, ahora, qué?

 

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¡2000!

14 de diciembre

De nuevo ha pasado un año.

Notas a no olvidar:

-K, por fin, en su lugar (fuera de mí).

-Alzheimer de mi padre.

-Reencuentro con mis cartas al padre.

-Fin de los cambios externos, y ¿comienzo de los cambios internos?

-Asistencia a las comidas de las compañeras de colegio. (De nuevo las raíces: primera pregunta que me hacen después de 40 años: ¿qué escribes? ¿dónde escribes? ¿qué estás escribiendo AHORA?... My god).

Seguir, seguir, seguir.

 

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2001

9 de enero.

Escribir, por supuesto.


Y pintar. Y hacer fotos. Estas tres cosas son las que definitivamente quiero para mi tiempo libre.

Escribir es la vocación más barata en cuando a dinero, y hacer fotos, la más cara. Ojalá pudiera organizarme con el dinero para compaginarlo todo. Dichoso dinero.

 

5 de marzo.

Hoy me toca ir al hospital a estar toda la tarde con papá. Ha superado la rotura de cadera, la operación, las complicaciones posteriores, la embolia pulmonar.

Y aquí está. Vivo, pero doliente, pero mucho menos ágil, pero ya no autosuficiente, pero más viejo, pero con mucha menos cabeza. Qué horror. Me he hartado de decir estos días que ojalá se muera, que ha llegado su momento, que por favor yo no quiero para él, ni para mí, ni para nadie, que sobreviva a esto. ¿Para qué?

He jugado mucho a omnipotente, porque el asunto de la vida no es asunto mío, y a lo mejor resulta que a mi padre le están reservando 95 o 100 años. Pues qué bien. ¿Y qué vamos a hacer los demás mientras tanto?

 

31 de mayo

Sobrevivir. Eso es lo que estamos haciendo, mal que bien. Lo mismo que él, que ya está claro que se agarra a la vida con todas sus fuerzas.

Qué misterio tan grande, éste. ¿Por qué la mente humana, la inteligente, la informada, la creyente en algún tipo de trascendencia, lucha de esta manera tan terrible por aferrarse a “esta” vida?

Esta vida, cuya calidad es, a los ojos de los que le rodeamos, tan ínfima, tan elemental, tan nada. Comer, descomer, dormir, mirando el periódico una y mil veces en la misma página, fijar los ojos en el infinito sentado en un sillón horas y horas.

No lee, no se interesa por nada, no saca temas de conversación. Aparentemente solo tiene dos o tres ideas básicas: ¿qué día es hoy? ¿he ido a misa? ¿ha salido la chica?... y vuelta a empezar.

¿De verdad que, al final, se borra de tu mente, de tu corazón, de tus genes, todo lo aprendido, todo lo aprehendido?

No lo entiendo, y no lo quiero vivir. Para mí, es preferible morirme, o sea cambiar de vida, o sea trascender, o sea mejorar, o sea descansar, a luchar por permanecer aquí en un plano estrictamente físico, renunciando a todo lo que te gustaba, por muy accesorio que parezca: libros, cine, conversaciones con los amigos, teatro, música, amor.

No entiendo el mecanismo mental que se produce, y además me parece muy injusto. ¿Dónde quedan todos tus pensamientos, tus sentimientos, tus percepciones, elaborados duramente a lo largo de tu vida? ¿De qué se trata pues esto de la vida en la tierra?

Es fácil entonces pensar que da lo mismo vivir de un modo que de otro, si al final, inconscientemente, vas a caer en la degradación paulatina, solo por el hecho de continuar vivo un tiempo más.

Defiendo por ello la eutanasia inteligente y reglada, incluso la posibilidad de suicidarse, de elegir tu propia muerte cuando todavía puedas ser consciente (y “sintiente”) de que ha llegado tu hora, de que mejor es parar aquí, todavía con dignidad y facultades suficientes.

Porque lo otro, no puedo saber si para el que lo “vive” compensa, pero desde luego NO para los de su alrededor.

Una de las cosas más duras que he vivido es la de atender y cuidar a alguien sin esperanza alguna de mejora, ni de la más mínima. El mero hecho de presenciar, impotente pero inmutable, su paulatina degradación.

Por ejemplo, con el paso del tiempo, no lo reconoces. Te vuelves contra ese desconocido, quieres que se muera pronto porque así todos, él el primero, descansaremos.

Pero estas sensaciones son devastadoras. Primero, culpa: ¿cómo puedo yo desear esto? Luego, desesperanza: ¿y si me pasa a mí? A mis hijos, a mis parientes, podrán pensar lo mismo. Horror. ¿Por qué la vida te da la posibilidad de que la gente al final te deje de querer? De que los sentimientos se modifiquen, de que cunda el desánimo, el agobio, el aburrimiento, y todo ello pueda modificar tu idea de padre/madre de toda tu vida?

No lo entiendo, insisto en que me parece injusto.

Sobre todo, referido, puesto en relación, con la vida posterior, la vida después de la vida. Yo creo firmemente que la vida posterior será para mejorar (el infierno es este, claramente), y entonces no veo claro cuál es el punto de unión entre una vida plena y este final tan degradante de la vida terrena. ¿Hasta tal punto, y hasta tan tarde, tenemos que estar superando pruebas, dando la talla? Lo más chocante para mí es esto de “desaprender” lo aprendido, casi siempre, con grandes esfuerzos. ¿Por qué? ¿Luego, de repente, vuelve como una ciencia infusa?

¿Y cuál es el ejemplo, la enseñanza, para los que nos quedamos aquí todavía? ¿Dónde queda la ilusión?

 

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2002

20 de agosto

Quiero volver a escribir, una vez más. Después de las líneas anteriores, del año pasado, caí en depresión, en la que trabé conocimiento con el famoso Prozac. La verdad es que me sentó muy bien.

Mi padre sigue igual. Nadie me ha contestado a las preguntas de la página anterior, pero mi depre se curó, más bien se fue amansando y se durmió. Por lo visto esta vida es lo de sálvese quien pueda. Ya me lo montaré yo, etc., etc., ya verás, a mí no me pasará esto… En fin.

He vuelto a cuidarle los fines de semana que me tocan, con muchas condiciones, que mis comprensivos hermanos han aceptado. Es bastante soportable, pero a pesar de todo no quiero ir. Voy por una cuestión externa: no quiero ser considerada como una mala hija. Qué cosas, para esto sí me importa la opinión ajena, que no me ha importado nunca. También creo que tiene que ver con mis hijos, aunque sea un poco contradictorio, ¿qué sé yo lo que van a pensar y escribir el día de mañana mis hijos sobre mí? Bueno, dejémoslo.

Qué difícil es esto de los hijos, que además no se acaba nunca. Ahora tengo que aprender, y asumir en positivo, que ya no soy para mi hija la persona más importante. Tiene pareja, está esperando un niño, y yo he quedado reducida a la condición de leve fastidio, leve molestia… Pero ¿qué me sucedió a mí en su situación? Luisa, sé justa.

 

25 de agosto

Sueños de fiebre:

Marta me preguntó (o creo que me preguntó) ¿qué es el agua para ti? No recuerdo si contesté o lo que contesté, pero la respuesta está clara en mi interior: Limpieza, profundidad, paz y Miedo, con mayúscula. Miedo a ahogarme como a los 12 años en el lago. Marta dijo: está clarísimo, retienes líquidos. Y algo más que no recuerdo bien. No entiendo la relación, pero bueno…

Pero, entre el ardor de la fiebre, he visto un poco más: las cañerías de todas mis casas se atascan, esto parece muy significativo. Y además tardo muchísimo en arreglarlas, no sé por qué. Con el maravilloso bienestar que se siente cuando está solucionado el problema; de repente, todo está bien, está limpio, el agua fluye, todo está en paz.

Esto es lo que más me importa de esta noche de fiebre, lo que más me tengo que trabajar. Más que los sueños de que me encontraba mal porque estaba ayudando a morir tranquilo a mi padre; la idea me ha acompañado toda la noche, pero no me daba ningún miedo. Lo del agua y las cañerías era mucho más importante (es mucho más importante).

Lo malo era que yo intentaba ponerme en el Nivel 1, para levantarme mejor, pero mi hermana H no me dejaba. Toda la noche ha estado interfiriendo, y como estoy todavía en el inicio y H me ponía muy nerviosa, sin hablar de la fiebre, lo he dejado. ¿Me habrá ocurrido todo lo de la fiebre, escalofríos, dolor muscular, tosecilla, para no ir hoy a cuidarlo? Me daría mucha rabia, pero ayer pude comprobar que todavía no estoy preparada para decir “no” en el tema de mi padre.

Cuantos temas que solventar… y siempre los mismos. Pero en el fondo sé que la fuerza la tengo: la fuerza me acompaña. Soy una privilegiada, pero a veces me autoengaño y la utilizo mal. Ayudadme.

 

25 de agosto.

Lo veo claro, por fin: esto es un camino, esto es el camino. Y, oh maravilla, no estoy sola para recorrerlo. Menos mal, porque ya no puedo pararme, ya no puedo retroceder. Madre, tú también, échame una mano. Anda, que te veo reírte… Tengo muchas cosas que hacer, espero no amontonarme.

Adiós, padre. Te perdono, perdóname y descansa, libérate. En esta vida ya no nos hacemos falta. Sobre todo, libérate de mí, de una vez: no me necesitas. Yo ya no pienso en que fueras una mala influencia en mi vida. Quiero descansar un momento y seguir mi camino, que es “ancho y ajeno” (una concesión, un guiño cariñoso en recuerdo de los viejos tiempos, de las enseñanzas literarias que, si soy justa, tampoco me han hecho tanto daño: si lo pudiéramos abstraer…; lo malo ha sido todo lo demás). Porque mi camino lo visualizo ancho, pero en absoluto ajeno: sé que me comprendes.  Descansa, padre. Quiero despedirte con amor. Descansa de verdad, y olvídate de mí. Yo tengo que continuar, es urgente. No seas avaro, no seas egoísta, relájate. En nombre del perdón, del amor y de la esperanza, ADIOS, PADRE.

 

2003.

1 de enero.

Por la mañana, escuchando como siempre el concierto de año nuevo, con el corazón pletórico de música y deseos de recuperar la ilusión. Gracias, hermanos Strauss. Seguís llenándome de flores y mariposas y paz y alegría. ¿Mi corazón es un vals de Strauss? A lo mejor sí. ¿Qué inconvenientes puede tener esto en 2003? ¿Y por qué tengo que fijarme en los inconvenientes? Seguro que son mucho más interesantes las ventajas.

Que no deje nunca de escuchar música ni de sentirla dentro de mí.

 

 

2004.

20 de marzo

Sobre las 7 de la mañana, mi padre se durmió y transcendió por fin junto a los suyos y en paz, completa y maravillosa paz.

Es la muerte tranquila y en casa que él deseaba, y que yo deseaba para él, y por ello doy gracias infinitas.

Padre, madre, todos: ya estáis juntos por fin. Papá, ahora vas a conocer a muchos de mis amigos incorpóreos y vas a entender mucho más de mí, si es que no lo habías entendido ya.

Ayudadnos, comprendednos y enviadnos vuestra alegría.

 

FIN DEL CUADERNO 1997 - 2004.

Ya no existen más.