Ella nació en 1945 (agosto, bomba de Hiroshima). Ha intentado ejercer de rebelde, o de bomba, casi desde que nació con los pies rotos, que le entablillaron. Que al soldarse, la dejaron patizamba.
Su entorno siempre ha tratado de convertirla en una persona normal, pero entonces se deprime, no entiende nada y desaparece. Pregunta ¿qué es una persona normal?
De pequeña era la fea (cejas juntas, nariz grande, tez verdosa) que abría la fila de cuatro hermanos angelicales, rubios, ojos azul/verde, o morenos de ojos dorados. Su madre le decía: si te dicen que eres guapa, es mentira; tú eres fea, pero inteligente.
Y Ella se decidió a ejercer de lista, ya que lo otro no tenía remedio, incluso aunque mamá le depilase las cejas a los siete años por primera vez. En la mesa los niños no hablan sin permiso. Ella gritaba “papá, ¿qué es el amor?” o cualquier otra cosa interesante y zas, a comer en la cocina.
Decidió hablar poco, le interesaba más leer y leer. Pero eso tampoco era normal en los niños de aquellos tiempos. Incluso cuando luego se casó, le preguntaban: “¿Otra vez leyendo? ¿es que no tienes nada que hacer?”
A pesar de todo, su madre era una mujer moderna en los años cincuenta: fumaba, llevaba pantalones, montaba a caballo. No le gustaba la educación de los colegios, y Ella tuvo una profesora particular en casa. Le apasionó estudiar, interesante variedad de leer, y consiguió aprobar el ingreso de bachillerato “por libre” (qué bonito, entonces se decía así) un año antes de la edad. Se sentía poderosa.
Pero su madre, que era del opus, y había tenido todos los hijos vivos y muertos que dios le mandó, “se fue al cielo porque hacía un bonito día para irse”. Eso dijo, según su padre. Todo se hizo negro y llegó el colegio de monjas y una vida desconocida.
En el colegio Ella se aburría y hablaba mucho. Un castigo increíble fue encerrarla un día entero en un aula vacía con la compañera con la que más hablaba, “para que se harten la una de la otra”. ¿Y dicen que ahora se ha perdido el norte?
Convenció a su padre (lo convencía mucho) y la llevaron al Instituto. Pero hacía pirolas (pellas, lo que sea que se diga ahora) y la metieron interna en otro colegio de monjas, en un pueblo.
Pero un día vinieron a buscarla, porque el alcalde de su ciudad la había nombrado reina de las fiestas, su padre había aceptado, y había mucho que hacer y preparar en casa. Sin terminar el curso ni nada.
Otra vez no era Ella. La fea vestida con trajes regionales, con trajes de noche, en procesiones, de fiesta en fiesta, siguiendo todo el rato un protocolo marcadísimo… Dicen que es un recuerdo imborrable.
Cuando desaparecieron los vestidos, las entrevistas y los bailes, había que estudiar. Había que elegir una carrera inmediatamente. Consiguió decir: “Periodismo. O periodismo, o nada”.
Pero su padre eligió Pamplona antes que Madrid, y eso que en Madrid tenían familia. La Universidad de Navarra, de nuevo el opus. Corramos un tupido velo. Se puso enfermísima y la devolvieron a casa, en primavera, con un suspiro de alivio.
Como en su ciudad todavía era, de alguna manera, la reina de las fiestas, la invitaban a todo. Y una noche unos conocidos la violaron en su coche. Pero esto ya no quiere contarlo.
Cayó en la segunda depresión negra y no salía de casa nunca. Nadie lo sabía, Ella vivía como encerrada en un sótano tapiado. Su padre y su hermana segunda (señora de la casa desde que la madre murió) comenzaron a preocuparse. Algo había que hacer, y eligió estudiar Arte y Decoración. La volvieron a apuntar en una preciosa escuela del opus. Cielos. Y se dedicó a hacer lo que le daba la gana. La tapia no se notaba nada, pero Ella no sabía quién era. Le daba igual.
Ligó con un vecino, estudiante de Guinea, con la técnica de escribir en el cristal. Le encantaba, pero la gente los insultaba por la calle, sobre todo a Ella...
Se escapaba de casa por las noches, cuando todos estaban dormidos. Menos mal que había dos puertas, y que el sereno, majísimo, la conocía. Buscaba los bares con música en vivo. Conoció a gente maravillosa. Aprendió a beber, a conversar, a amar la música. Algunas de aquellas personas las ha conservado toda la vida.
Y de súbito apareció su futuro marido. Flechazo, sí, flechazo. Ella siempre ha sido leal, y quiso contarle a él algo privado antes de hacerse novios, porque quizás cambiaría su opinión. Él contestó: “Así eres, así te he conocido. No me tienes que contar nada”, y Ella, deslumbrada, decidió entregarle su vida para siempre.
Craso error de juventud, aunque sea un asqueroso lugar común. Tuvieron tres hijos y duraron once años. Porque él se fue; Ella hubiera resistido toda su vida. Aunque la persona que es ahora, a veces, se alegra de estar sola.
Cuando el padre de sus hijos se fue, Ella ya había decidido trabajar, ser independiente económicamente. Como no se fiaba mucho de sí misma, ganó unas oposiciones. Tenía 29 años e ingresó a los treinta. Ha sido funcionaria treinta y cinco años. A veces se sorprende de haber aguantado, pero menos mal. Por eso ahora Ella suele decir que “cuando decido algo en serio, lo cumplo”.
Ella siempre ha creído que en el trabajo fue feliz, pero su salud comenzó a deteriorarse. Después de nacer su tercer hijo “la vaciaron”, como se decía entonces. La menopausia precoz fue terrible y apareció la osteoporosis, aparte de otras muchas enfermedades menos importantes. Tiene fracturado casi todo. Con más o menos clavos insertados. Hasta la dentadura se le ha ido cayendo por osteoporosis de mandíbula. Ella se llama a sí misma Mazinger Z, porque los superhéroes de ahora no los conoce bien.
Cuando sus hijos empezaron a ser mayores, reanudó las salidas nocturnas, que le daban la vida. (Ahora, ni con los mansos…). Cantar, bailar, conversar. Y ligar. Aunque jamás ha querido darles a sus hijos otra figura masculina, le encantaba coquetear, sentirse deseada y lo que surgiera. Entre ellos también conservó algún gran amigo, ahora desaparecido.
Y comienza el proceso de envejecer. Antes decía “hacerse mayor”, pero Ella ya ha perdido el miedo a las palabras. Al principio le sentó muy, muy mal, no se gustaba, se entristecía, pensaba en todo lo perdido que ya no tiene remedio…
Pero, con sus estallidos de bomba y sus incoherencias, ha conseguido cambiar de actitud. Está más serena, duerme, no se entristece tanto. Disfruta de sus amigos, de la música, de sus libros, de escribir… Y si de repente tiene que estallar en llanto por lo que sea, llora a gusto y ya no le importa. Bueno, esto es mentira, sí le importa.
Lo peor es lo de sentirse a veces la marciana en casa, y en todas partes.