Envejecer está resultando
menos desagradable de lo que esperaba. Vale, La sordera, hereditaria, que después del sofocón inicial, se soporta.
En fin.
Incluso creo que mi cerebro es ahora más
rápido, a veces me descubro más inteligente (no reírse, por favor). Sé hasta
formular razonamientos (que siempre me ha gustado bastante poco, por aquello de
la enemistad secular entre la razón y yo, pero ahora me hace casi hasta
ilusión).
No lo creeréis, pero hace años que no olvido las
llaves dentro de casa, cuando el tema me ha tenido mártir media vida. Y ya no
he vuelto a meter las zapatillas en la nevera; lo hice hacia los sesenta, y
ahora a esa edad se es joven, por lo visto.
Incluso mi acreditada
mala salud de hierro ahora es más de hierro que nunca. Bueno, la consecuencia
de mi osteoporosis grave (y temprana) es una limitación de movimientos. Pero ya
no me duele tanto. Y como no pienso correr… Si hay algún desastre mundial de
esos que predicen a diario, los extraterrestres me encontrarán a mí como la
mujer de Lot. Estatua de sal al borde del camino.
Bueno, pues eso, que
físicamente no me encuentro demasiado mal. Siempre he sido precoz en todas mis
aventuras, y ahora veo que también en las enfermedades. Pero prefiero mil veces
una vieja “sana”, ahora que lo soy, a una vieja enferma y doliente, aunque haya
disfrutado de una juventud a prueba de bomba. Además, en este último caso te la
pasas lamentando lo perdido. Y yo me he autoconvencido de que no tengo nada de
qué lamentarme, cosa importante.
Porque lo peor, a pesar
de todo lo que estoy diciendo, es el final del camino. Hay que encararlo con
mucha moral, con alegría, con buena disposición. En caso contrario, puede que
acumules boletos para la rifa de una residencia de ancianos. Y eso sí que no.
Nunca se sabe, a lo mejor llega igual, pero ya nos preocuparemos de ello cuando
ocurra. Soluciones hay para todo y, si no, se inventan. Es cuestión de
amoldarse, de tener paciencia. Esto, de vieja, se acepta estupendamente, se
entiende. Se asimila. Y es una liberación.
Esa es una de las claves,
que se entiende casi todo, por no decir todo. Y lo que no entiendes, lo dejas
en paz. No pasa nada, casi nadie entiende “todo”, y cada vez menos. No te
compensa ya (de un modo lento e inexplicable) tener discusiones, líos, malentendidos.
Sólo quieres estar en paz.
Y yo lo vivo como un
premio al final de mi complicada vida. Y me apetece mucho disfrutarlo. Las
buenas mañanas me siento en una terraza a tomar el aperitivo, o lo que sea,
disfruto de la gente, de la calle. O me siento en el andador, bajo un árbol,
con un café de llevar, o una botella de agua, para poder fumar un par de
pitillos.
Sí, no he conseguido dejar
de fumar. Algún defecto hay que tener, sin fanatismos. Yo procuro no molestar a
nadie, si no se puede fumar, no fumo. Pero también estoy convencida de que, ya
a esta edad, no me va a pasar nada. La edad crítica de los cánceres ya la pasé
ocupada en otras cosas desagradables, sin tratar de hacer comparaciones. Y
cualquier cosa que me pueda pasar, en plan salud, ya será mucho más leve y
llevadera que si fuera joven. Y si no, tampoco pasa nada.
Los amigos. Los Amigos
con mayúscula te acompañan a lo largo de los años. Además, ahora que ya estamos
todos jubilados, es un placer podernos juntar por el día. Incluso tomarnos una copilla
de vez en cuando. Y, sobre todo, reírnos. Reírnos juntos. Esta es otra de las claves
de la vida.
Envejecer está siendo
todo un experimento para mí. Y además no ha hecho más que empezar, porque le he
prometido a mis nietos que no me puedo morir hasta el año 2040. Y las promesas
que hace Abu, las cumple, vaya si las cumple.