sábado, 22 de abril de 2023

DIVAGACIONES SOBRE ENVEJECER

 

 

Envejecer está resultando menos desagradable de lo que esperaba. Vale, La sordera, hereditaria, que después del sofocón inicial, se soporta. En fin.

 Incluso creo que mi cerebro es ahora más rápido, a veces me descubro más inteligente (no reírse, por favor). Sé hasta formular razonamientos (que siempre me ha gustado bastante poco, por aquello de la enemistad secular entre la razón y yo, pero ahora me hace casi hasta ilusión).

 No lo creeréis, pero hace años que no olvido las llaves dentro de casa, cuando el tema me ha tenido mártir media vida. Y ya no he vuelto a meter las zapatillas en la nevera; lo hice hacia los sesenta, y ahora a esa edad se es joven, por lo visto.

Incluso mi acreditada mala salud de hierro ahora es más de hierro que nunca. Bueno, la consecuencia de mi osteoporosis grave (y temprana) es una limitación de movimientos. Pero ya no me duele tanto. Y como no pienso correr… Si hay algún desastre mundial de esos que predicen a diario, los extraterrestres me encontrarán a mí como la mujer de Lot. Estatua de sal al borde del camino.

Bueno, pues eso, que físicamente no me encuentro demasiado mal. Siempre he sido precoz en todas mis aventuras, y ahora veo que también en las enfermedades. Pero prefiero mil veces una vieja “sana”, ahora que lo soy, a una vieja enferma y doliente, aunque haya disfrutado de una juventud a prueba de bomba. Además, en este último caso te la pasas lamentando lo perdido. Y yo me he autoconvencido de que no tengo nada de qué lamentarme, cosa importante.

Porque lo peor, a pesar de todo lo que estoy diciendo, es el final del camino. Hay que encararlo con mucha moral, con alegría, con buena disposición. En caso contrario, puede que acumules boletos para la rifa de una residencia de ancianos. Y eso sí que no. Nunca se sabe, a lo mejor llega igual, pero ya nos preocuparemos de ello cuando ocurra. Soluciones hay para todo y, si no, se inventan. Es cuestión de amoldarse, de tener paciencia. Esto, de vieja, se acepta estupendamente, se entiende. Se asimila. Y es una liberación.

Esa es una de las claves, que se entiende casi todo, por no decir todo. Y lo que no entiendes, lo dejas en paz. No pasa nada, casi nadie entiende “todo”, y cada vez menos. No te compensa ya (de un modo lento e inexplicable) tener discusiones, líos, malentendidos. Sólo quieres estar en paz.

Y yo lo vivo como un premio al final de mi complicada vida. Y me apetece mucho disfrutarlo. Las buenas mañanas me siento en una terraza a tomar el aperitivo, o lo que sea, disfruto de la gente, de la calle. O me siento en el andador, bajo un árbol, con un café de llevar, o una botella de agua, para poder fumar un par de pitillos.

Sí, no he conseguido dejar de fumar. Algún defecto hay que tener, sin fanatismos. Yo procuro no molestar a nadie, si no se puede fumar, no fumo. Pero también estoy convencida de que, ya a esta edad, no me va a pasar nada. La edad crítica de los cánceres ya la pasé ocupada en otras cosas desagradables, sin tratar de hacer comparaciones. Y cualquier cosa que me pueda pasar, en plan salud, ya será mucho más leve y llevadera que si fuera joven. Y si no, tampoco pasa nada.

Los amigos. Los Amigos con mayúscula te acompañan a lo largo de los años. Además, ahora que ya estamos todos jubilados, es un placer podernos juntar por el día. Incluso tomarnos una copilla de vez en cuando. Y, sobre todo, reírnos. Reírnos juntos. Esta es otra de las claves de la vida.

Envejecer está siendo todo un experimento para mí. Y además no ha hecho más que empezar, porque le he prometido a mis nietos que no me puedo morir hasta el año 2040. Y las promesas que hace Abu, las cumple, vaya si las cumple.