Son las cuatro de la tarde de un día soleado. Estoy tratando de escribir algo decente, mientras en YouTube suena mi querido Franco Battiato.
Y de repente descubro que la música me distrae, no me
deja escribir. Por primera vez en mi vida. Aunque sea mi Battiato. Y tengo que
bajar el sonido casi a la nada.
La música. Sólo escucharla. Venga, que tampoco es tan
malo.
Hacer una sola cosa a la vez, no dos. Aunque sean “tus”
dos, como ahora. Un día te das cuenta de que tu mente solo te permite eso, una
cosa detrás de la otra. Y toda la vida haciéndoles bromas a los hombres por
ello… Me surge la palabra “banalidad”.
(Conste que ahora mismo he dejado el teclado para
bailar “Centro de gravedad permanente”. El día que esa canción ya no me lance a
bailar… Ahora sentada en la silla, claro. Pero a veces también lo hago sola por
el pasillo y es la felicidad).
Sola. ¿Por qué te sale esa palabra tantas veces? ¿Por
qué te duele? ¿por qué lloras a menudo sin saber por qué?
Hace unos días, mi voz de detrás de la oreja izquierda
me sugirió: “falta de cariño, eso sientes”. Mi yo oficial se escandalizó de
inmediato: “Ni hablar. Falta de cariño, ¿¿yo?? Estás muy equivocada. Mis hijos,
mis nietos, mis mil y pico amigos de Facebook…” Ella es más tozuda que yo y
continuó: “Sí, mucha gente te quiere, o te lo dice. Pero reconócelo, con lo
estirada que has sido toda la vida, ahora echas mucho de menos:
Ratos de compañía porque sí, aunque sea en silencio.
Sonrisas cómplices. Sonrisas cariñosas. Sonrisas mirando a los ojos. Besos y
abrazos en cantidad, esos que antes te envaraban. Una mano suave en tu
antebrazo. Un brazo por encima de tus hombros, con ese escalofrío. Y no, no
hablo de sexo, siempre lo podemos dejar para otro día. Pero sí, amiga, lloras
porque sientes ausencia de cariño, del cariño de toda la vida”.
Y la muy cabrona se calla, dejándome estupefacta.
Misterios de la mente ¿o del corazón? Anda, apúntalo para la visita al
psiquiatra del miércoles, no se te vaya a olvidar.
¿Será verdad que las redes sociales nos están
cambiando? Yo llevo años defendiendo a Facebook, que ha llenado muy gratamente
mis soledades. Pero es cierto que leo menos (pecado mortal), que camino menos,
que hago menos cosas, aunque a veces me obligue a cerrar la pantalla y me ponga
a ordenar, meter la lavadora, sacar el lavavajillas, buscar en Netflix.
Ya os oigo: tienes que organizarte: una hora para
caminar por la mañana, dos horas de lectura, el rato indispensable de la casa y
la familia, y lo que quede para la pantalla…
Tendría que volver a nacer, no sé ser disciplinada,
organizada, me aterroriza. Siento que así desaparece lo misterioso de la vida,
que está ahí, que lo espero. Y que a veces sucede, aunque no siempre benéfico;
pero eso no me importa, me he empeñado en que yo sé salir sola de todo, bueno o
malo. Creo que a esta actitud contribuyó aquella costumbre de leer el día
anterior los temas de un examen, y luego aprobar siempre. La voz vuelve sin
piedad: “eso te hizo una vaga, apechuga ahora con las consecuencias”.
Bueno, va a llegar mi nieto pequeño. Seguiré otro día.