Mi psiquiatra es
maravillosa. Me dijo que me encontraba estupenda. Que debía tener presente que
mi depresión, al ser endógena, va conmigo; pero que yo he sabido adquirir
recursos para controlarla, para vivir con ella. Y que la medicación funciona y
de momento no se va a tocar.
Pero me van a hacer unos
análisis no habituales para aquello del “deterioro cognitivo”. Este nombre me
da terror porque de inmediato aparece el alzhéimer de mi padre. Pero enseguida
mi hijo P me riñe y me recuerda que ya me han hecho pruebas de alzhéimer unas doscientas
veces y han salido negativas, que deje de insistir. Hay que ver la cantidad de
trabajo mental que les ocasiono a mis hijos, a éste en concreto. Aunque sólo
fuera por eso, es un enorme motivo para seguir luchando y estar fuerte y
alegre.
Me he vuelto a enfrentar
con los siete pisos andando (si, seguimos igual), con la calle, con mis
terrazas, con mis amigas, que me siguen llamando y eso también debería darme
alegría.
Pero ayer, en un grato
encuentro con tres amigas muy queridas, descontrolé. En un momento dado
criticaban a una ausente, más amiga suya que mía. Yo siempre me mantengo sorda
a las críticas, sobre todo de quien no está presente. Es algo que odio, no lo quiero
en mi vida. Rara vez lo presencio, porque huyo de esa situación, inmediatamente
surge la garra en mi estómago.
Reconozco que, con bastante
mala idea, pregunté: “Y cuándo habéis quedado con ella”. “El sábado”, me
respondieron. Inmediatamente las mandé a la mierda con vehemencia, me salió de
las tripas. Es inconcebible para mí que se trate asiduamente a alguien de quien
luego se dicen esas cosas. Y me quedé bastante alterada. ¿Habría tenido que ser
más prudente? ¿Había roto la armonía de la reunión?
Porque los comentarios
surgieron por la dichosa política. Diferentes posturas políticas que enseguida
se enconan y pasan a lo personal. (O sea, Facebook). ¿Qué nos está pasando?
¿por qué nos estamos volviendo tan primarios, tan elementales? Tengo amigos de (casi)
todo el espectro político español, y jamás eso ha sido motivo de enfado, si
acaso una broma bienintencionada, y ni eso. En todas las personas hay aspectos
y cualidades mucho más importantes que su preferencia o adscripción política.
(No hablo de los extremismos).
A mí me educaron dos
personas “de derechas” y muy religiosas, mis queridísimos padres. Yo soy
agnóstica y de izquierda. Esto lo supe cuando había muerto mi madre. Mi padre y
yo sabíamos quienes éramos, y nos quisimos y nos hicimos todo el bien que
supimos hacernos. Y tras mi padre, tanta otra gente.
Bueno, dejemos la
política, que debería servir para unir y no para separar.
Y también ayer sucedió
otra cosa a la que yo le tenía pánico: llegó el chico alemán del intercambio
del colegio de mi nieto mayor. No me apetecía nada, no quería un “intruso” en
mi casa, en mi revolucionada cabeza. Y llegó Jonas, una persona encantadora, sonriente
y supereducada de catorce años. Mi nieto y él se entienden en inglés de
maravilla. ¡Y también juega al balonmano!
En fin, que tengo que
aprender a no pre-asustarme. Con lo que lo predico… Y a reírme más de mí misma,
que es muy sano.