Cuando la feucha nació, Ricitos era preciosa, rubia y con los ojos azules, sonriente. Mamá estaba loca con ella, le compraba botitas blancas y juguetes casi todos los días.
La feucha estaba siempre con el ama de cría, porque mamá ya no tenía leche. El ama también la bañaba y la sacaba de paseo. Un día raro, que parecía más oscuro que los demás, cuando volvieron a casa mamá gritaba y gritaba.
La feucha se puso nerviosa porque ese sonido no lo había oído nunca. En la puerta de entrada, papá lloraba abrazado a un señor con maletín, al que el ama llamó doctor, pero éste no levantó la cabeza.
Resulta que Ricitos había tenido las tripas descompuestas desde la noche, papá llamó al doctor, y éste vino y se equivocó de medicina.
Feucha ya no volvió a ver a Ricitos nunca más. Pero fueron llegando más hermanitos, todos y todas tan guapos como Ricitos.
A veces el ama llevaba a Feucha al salón a saludar, porque era la mayor y las visitas las querían ver. Todas decían "qué mona" "qué ojos negros tan bonitos".
Pero cuando las visitas ya se habían ido, mamá cogía de la mano a Feucha y siempre le decía:
-No les hagas caso; sólo las mamás decimos la verdad. Tú no eres guapa, hija; tú eres fea, pero eres muy inteligente y tendrás que cuidar de papá y de tus hermanos.
Y así ha ido transcurriendo la vida. Pero mis hijos son guapísimos.
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Curso de Escritura AFDA. 17-07-2024