Cállate. Estás causando problemas.
¿Cuántas veces oíste este mensaje en tu cabeza, y no le hiciste caso? Seguías
hablando exaltada, enfervorizada. Y luego llegaban los enfados, los
malentendidos, las ofensas, que en el fondo no querías causar.
Pero, a veces, sí, ¿verdad? Te encantaba la polémica, lo que llamabas hablar
claro. Porque en el fondo eras bravucona, arriesgada. Creías que tú siempre
tenías razón.
Ahora, tras muchos gritos, muchas discusiones, la desaparición de algún amigo, estás
empezando a aprender que tu verdad no es LA verdad. Ahora intentas respetar las
opiniones o convicciones de los demás. Como tú querías que se respetasen las
tuyas. Pero lo hacías mal, querida. No se puede imponer nada a nadie, por muy
bien que te expreses o mucho poder de persuasión que tengas.
Ya sabes, y aceptas, que no estás por encima ni por debajo de nadie. Has
aprendido a mirar de otro modo a la palabra respeto, que tan antigua y
desfasada te parecía. Respeto, comunicación, empatía. Una forma de ser, de
mostrarte con los demás, que te empezó a dar resultados positivos en cuanto la
pusiste en práctica, acéptalo.
Y que te satisface por dentro, te deja en paz contigo misma, no me mientas.
Ahora la gente te escucha, a veces te hace caso (aunque eso ya no es importante
para ti). Incluso a algunos les caes bien. Qué descubrimiento maravilloso, el
caer bien. Durante casi media vida no lograste saber lo que era, a causa de tu
verborrea altisonante. Quedaba bien ser una incomprendida, qué ingenuidad.
La voz de tu cabeza ya casi no te dice que te calles. Te dice otras cosas, y tú
las consideras o las desechas, después de haber meditado sobre ellas. Te
estás haciendo mayor.