Yo era una chica
moderna, que salía mucho.
Sobre todo, de noche. La
noche era diferente, te sentías libre. MK y yo, las inseparables,
frecuentábamos tres o cuatro sitios, todos de música en vivo, y en los que
detrás de la barra había amigos, condición indispensable de la noche perfecta.
Sin hora de llegada a casa y queriendo mucho a todo el mundo. Fue el tiempo de
los gin-tonics, que, después de lo de la vesícula, no pude ya ni oler. Pero
luego llegó el cubalibre. Dicen que por la noche no se hacen amigos ni puedes
fiarte de nadie. Pues habrá sido suerte, pero un montón de mi mejor gente, que
conservo hoy, surgió de aquellas larguísimas conversaciones sobre lo divino y
lo humano. Conversaciones iniciadas en un minuto con quien estuviese cerca. Y
además se podía fumar. De todo. Pero un amanecer oscuro me vi flotando en el
techo en casa de un amigo y me asusté mucho. Hacíamos otras cosas flipantes,
como decidir, a las tres de la mañana, que era un momento perfecto para ir a
desayunar a San Sebastián, frente al mar. Siempre había coches a mano y
desayunábamos en la Concha. O nos íbamos a coger setas al Gran Pinar de Soria.
Aquella época.
Ahora me quedo en casa
leyendo, escribiendo o mirando a las musarañas; salir por la noche no se
contempla. Como ya estamos jubilados, hemos inaugurado la época de los vermús. En
las terrazas que se puede fumar, tan ricamente (aunque yo ya no fume).
Charlamos, nos reímos, llegamos a casa a una hora apropiada para nuestra edad
(maldita obsesión de la edad), con mucho día aún por delante.
Y creo firmemente que sigo siendo una chica moderna.
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Primera frase tomada de:
CESAR AYRA: Yo
era una chica moderna, Interzona Editora, 2004