Entramos
los cuatro en ese bar inglés que tanto nos gusta. Al buscar mesa entre las del
fondo, nos fijamos en dos mujeres de mediana edad, morena y pelirroja, sentadas
a nuestro lado. Son las ocho de la tarde. Llevarán ahí un buen rato, pues les
acaban de servir la segunda ronda, cerveza y cubalibre. Sobre el mármol,
cajetillas de tabaco y mecheros, a los que lanzan frecuentes miradas. Pero no
salen a fumar. Hablan a media voz, embebidas en su conversación.
Nuestro
silencio capta sus voces.
--Sabes?
A veces siento mi corazón repleto de amor. Amor inmenso por todo el mundo. Por
mis hijos, por mis hermanos, mis amigos... Pero luego
La
morena interrumpe con gesto comprensivo:
--Eso
es normal, mujer.
La
pelirroja mira a su amiga con oscuros ojos:
--No,
no es normal. Quiero decir que lo que siento no es normal. No es lo de siempre,
es demasiado. Me invade, parece que a partir de ese momento voy a cambiar, todo
va a cambiar. Voy a inundar el mundo de amor y todo va a ser maravilloso
La
morena sonríe:
--Que
guay, ¿no? Te comprendo
La
pelirroja fija los ojos en su copa
--Lo
que pasa es que luego no lo sé hacer. Y todo sigue igual. No tengo muy claro si
la culpa es mía o de los demás, de las circunstancias, del ambiente...
Agarra
su paquete de tabaco hasta arrugarlo y continúa en voz muy baja
--Porque
algo mío seguro que hay: la incapacidad de transmitir, de comunicar. La verdad
es que esto me tiene preocupada, mejor dicho, muy ocupada
La
morena la mira alarmada:
--No
entiendo. ¿Qué estás preocupada por querer mucho a todos? Mujer...
Ahora
sonríe la pelirroja. Da un largo sorbo a su copa, deja suspendida su mirada en
un punto lejano, y pone la mano encima de la de su amiga:
--Igual
tienes razón. Bueno, ¿nos vamos? Hace más de dos horas que no hemos fumado...
La
morena se incorpora y estampa un sonoro beso en la cara de su amiga:
--Sí,
ya tengo ganas de fumar. ¡Y no pienses tanto, hazme ese favor! Huy, madre, con
lo que yo te quiero...
Atraviesan
la cafetería con los mecheros en la mano, dispuestas a encender un cigarrillo
ya. Nosotros también salimos a fumar a la puerta, de dos en dos para no
quedarnos sin la mesa.
Ya
en la calle, nuestras amigas aspiran humo en silencio, una frente a
otra. A los pocos minutos, la morena mira su reloj y recuerda una última compra
olvidada. Se abrazan e intercambian promesas de llamarse sin falta la semana
que viene.
Al
girar la pelirroja hacia la avenida, despacio y con expresión impasible, vemos
como una lágrima se desliza por su mejilla derecha.