sábado, 22 de abril de 2023

COMUNICANDO

 

Entramos los cuatro en ese bar inglés que tanto nos gusta. Al buscar mesa entre las del fondo, nos fijamos en dos mujeres de mediana edad, morena y pelirroja, sentadas a nuestro lado. Son las ocho de la tarde. Llevarán ahí un buen rato, pues les acaban de servir la segunda ronda, cerveza y cubalibre. Sobre el mármol, cajetillas de tabaco y mecheros, a los que lanzan frecuentes miradas. Pero no salen a fumar. Hablan a media voz, embebidas en su conversación.

Nuestro silencio capta sus voces.

--Sabes? A veces siento mi corazón repleto de amor. Amor inmenso por todo el mundo. Por mis hijos, por mis hermanos, mis amigos... Pero luego

La morena interrumpe con gesto comprensivo:

--Eso es normal, mujer.

La pelirroja mira a su amiga con oscuros ojos:

--No, no es normal. Quiero decir que lo que siento no es normal. No es lo de siempre, es demasiado. Me invade, parece que a partir de ese momento voy a cambiar, todo va a cambiar. Voy a inundar el mundo de amor y todo va a ser maravilloso

La morena sonríe:

--Que guay, ¿no? Te comprendo

La pelirroja fija los ojos en su copa

--Lo que pasa es que luego no lo sé hacer. Y todo sigue igual. No tengo muy claro si la culpa es mía o de los demás, de las circunstancias, del ambiente...

Agarra su paquete de tabaco hasta arrugarlo y continúa en voz muy baja

--Porque algo mío seguro que hay: la incapacidad de transmitir, de comunicar. La verdad es que esto me tiene preocupada, mejor dicho, muy ocupada

La morena la mira alarmada:

--No entiendo. ¿Qué estás preocupada por querer mucho a todos? Mujer...

Ahora sonríe la pelirroja. Da un largo sorbo a su copa, deja suspendida su mirada en un punto lejano, y pone la mano encima de la de su amiga:

--Igual tienes razón. Bueno, ¿nos vamos? Hace más de dos horas que no hemos fumado...

La morena se incorpora y estampa un sonoro beso en la cara de su amiga:

--Sí, ya tengo ganas de fumar. ¡Y no pienses tanto, hazme ese favor! Huy, madre, con lo que yo te quiero...

Atraviesan la cafetería con los mecheros en la mano, dispuestas a encender un cigarrillo ya. Nosotros también salimos a fumar a la puerta, de dos en dos para no quedarnos sin la mesa.

Ya en la calle, nuestras amigas aspiran humo en silencio, una frente a otra. A los pocos minutos, la morena mira su reloj y recuerda una última compra olvidada. Se abrazan e intercambian promesas de llamarse sin falta la semana que viene.

Al girar la pelirroja hacia la avenida, despacio y con expresión impasible, vemos como una lágrima se desliza por su mejilla derecha.