Y entonces ese puño te
aprieta el pecho, se te saltan las lágrimas y comienzas a llorar. Unas veces
suave y silenciosa. Otras fuerte y con sollozos. ¿Por qué, qué ha pasado? Casi
nunca lo sabes, a veces te enfadas contigo misma porque no entiendes tu propio
llanto.
A menudo son
contestaciones. Enfados. La gente es
dura, tú eres débil afectivamente. Enseguida te crees que nadie te quiere, que
nadie te comprende. Que todos están hartos de ti. Que eres un rollo para casi
todo el mundo. Y esto suele ser verdad respecto a tus llantos y tus cambios de
humor. A la gente le gusta ir de fuerte, de simpática, de cool. El sufrimiento ajeno no mola nada. Simplemente separa, al
menos yo creo eso.
Pero es tan difícil de
ocultar, de disimular. Cuando sientes tu interior devastado. Cuando nada te
motiva. La ilusión desapareció hace tiempo. Al principio creíste que sin la
dichosa ilusión estarías más tranquila, que no tendrías tanta pasión
desbordada, lo que más te ha definido siempre y también lo que más te ha
perjudicado, según opinan muchos. Pero el caso es que tú todavía no sabes vivir
sin pasión, y por lo tanto sin ilusión. A tu interior le horroriza convertirse
en una persona lineal.
A lo mejor por eso te
ronda la idea de ser mala. Que no te importara nada ni nadie, que no ansiaras
querer y comprender a los demás. Que todo y todos fueran para ti “nada” y sólo
te importaras tú y lo tuyo. Simplemente. Incluso a veces piensas en matar a
alguien. Hay un montón de literatura sobre el placer y el descanso que se
siente. No llegarás a hacerlo nunca, porque también intuyes que tu ser acabaría
en ese momento. Pero lo piensas a veces, aunque el pensamiento dure un segundo.
La voz. Esa voz de detrás
de tu cabeza, a la derecha, que a veces has utilizado en relatos. Desde siempre
la identificas como una voz que hay que acallar de inmediato. Pero todo en ti debe
estar muy alterado, porque últimamente la voz es más conciliadora. Incluso te
da buenos consejos. Como hoy, cuando has bajado como una loca a por tabaco, con
un abrigo sobre el pijama. Te ha sobrado un euro, y querías la bolsa de chuches.
La voz ha dicho: mujer, que ya tienes tabaco; no te compres también las
chuches, puro azúcar; puedes hacerlo. No le has hecho caso y ahora mientras escribes
esto, cigarro y chuche. Hasta que duren.
Te resistes a hablar de
la medicación y los psiquiatras (“Depresión mayor endógena”), porque crees que
para ti ambos se han convertido en el mayor de tus problemas. Cuando siempre los
has vivido como la ayuda, como la solución. Conoces varias generaciones de
antidepresivos, desde el prozac; y varios tipos de psiquiatras, mujeres y
hombres. Cuarenta años de sufrimiento dan para mucho. También para
equivocaciones. Errores garrafales, de ellos y tuyos. Por hablar sólo de los
tuyos -la educación recibida es poderosa-, aquella vez que decidiste que ya
estabas estupenda y dejaste la medicación de un día para otro. Vivías sola, y
casi te suicidas. ML te salvó la vida, apareciendo desalada a vivir contigo.
Cuántos puñetazos contra las paredes, cuanto extrañamiento.
Pero aquí estás, con más
de setenta años. Llorando. Viendo sombras y bichitos a tu alrededor. Poniéndote
excusas para no salir a la calle, para no quedar con nadie. La sordera, los
huesos, las prótesis de la boca, los dodotis. Hay días en que no oyes tu voz en
veinticuatro horas.
Y sí, con medicación. No,
ya no la volverás a dejar de repente. Pero te la acaban de cambiar, porque
llorabas. Qué ironía. Piensas ahora que la medicación no puede ser la solución.
Que tienes mucho que hacer, tú contigo. Sí, estás muy cansada, te estás
volviendo vieja, pero también quieres vivir más. Y quieres vivir en paz, a ser
posible disfrutando. Sobre todo, sin llorar. Centrarte en que, aquí y ahora, no
tienes ningún motivo para llorar. Llora en las películas de la tele, que es muy
relajante. Y escribe, pero no de ti misma. Y punto.
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19 de febrero de 2024.
No recuerdo cuándo escribí esto, pero no debe hacer mucho. Sigo igual, incluso he empeorado. Pasado mañana tengo cita con mi médica de familia, y le sugeriré que me ingresen unos días, para darme un repaso total, para investigar mi medicación; es raro que con ésta que me pusieron hace años porque lloraba sin motivo, siga llorando cada vez más. Y mi cabeza no es la misma. Me olvido de casi todo, tengo problemas de equilibrio, me duermo de repente sin darme cuenta. No quiero que venga mi Teo, porque no quiero que me vea así. Sólo veo películas y series, largas horas. Me trasladan a otros mundos. Y si me hacen llorar, me alegro, porque siento que eso es normal, siempre lo he hecho. Casi no puedo tocar el ordenador ni nada de eso. No los entiendo.
¿Me será dado conocerme por fin, aceptarme por fin, antes de morir? Quiero confiar en que sí.