Cuando Vicente recibió la noticia de que su operado cáncer de próstata ya no existía, le salió del alma la siguiente frase:
--Cómo mola estar aquí, me encanta este sitio.
Efectivamente, el hospital era luminoso y agradable, tenía jardín para pasear. Pero las reacciones emocionales son imprevisibles, por ejemplo yo no me hubiera referido nunca al hospital sino a mi casa, a la maravillosa vuelta a casa liberada del odiado enemigo.
Enemigo insidioso, que puede volver siempre y de hecho muchas veces lo hace, siempre más grande, o en otro lugar de tu cuerpo y sin avisar.
Yo tuve un tumor canceroso en el útero, y mi familia no quiso decirme nada, porque estaba embarazada y lo primero era el niño. Que ya sabíamos que era niño, y se había convertido en un morlaco de 4 kg y pico, el tercero de mis hijos.
En el parto, el ginecólogo me puso anestesia general, me sacó a P. vivo, aunque con el cordón enrollado al cuello (susto final). Días después volví al quirófano, donde sin decir ni mu me quitaron matriz y ovarios, con el tumor incluído. Y me dejaron con tres hijos vivos y maravillosos, eso sí.
Todos dirán que en eso es en lo que te tienes que fijar, sólo en eso, en tus tres hijos. Pero nadie te va a decir lo difícil que va a ser tu vida "vaciada", incluso sin cáncer. Por ejemplo, osteoporosis y demás hierbas malignas.
Lo peor fue cuando a mi tercer hijo, (hoy ese hombre grande e inteligente, con alma de artista) le tuvieron que operar de urgencia porque tenía cáncer de próstata... que felizmente ya no tiene.
Ahí me volvió a apresar mi maldito complejo de culpa, del que sigo intentando recuperarme a duras penas, ésa vez porque me convencí de que yo había contagiado el cáncer a mi hijo, en aquél duro embarazo.
Pero también comprendo que siempre tenemos que tener presente que a la alegría, y sobre todo a la espontánea, nunca hay que renunciar.
Pase lo que pase.
(Para P. con agradecimiento, orgullo y amor "infinito mil", él me comprenderá)
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