miércoles, 8 de marzo de 2023

LA VIDA DIARIA

 Lo único que Ludovica conserva de su primitiva vida de niña pija, es la obsesión por vivir en el centro de Zaragoza. Ha vivido en él toda su vida; incluso setenta y tantos años después, hay sectores de su ciudad que no conoce. Curiosamente, la "otra orilla" del Ebro la conoce un poco, de autobús a autobús, por los 10 años que trabajó destinada en el Campus del Actur de la UZ, hasta que se jubiló. Los últimos años, bien conocido ya el trayecto, se atrevió a ir caminando desde su casa, en unos paseos larguísimos que le sentaban de maravilla a sus maltratados huesos.

Esos paseos, todavía sin muleta ni nada, los hacía por la mañana, lo más apetecible; al final de la jornada el cansancio la vencía y era mejor el bus.. Como tardaba en llegar a la biblioteca una hora larga, tuvo que alargar su horario de trabajo hasta las cinco de la tarde, que era compatible con el horario de sus hijos en el colegio.

Pero sólo eso. Cuando la llevan en coche a algún sitio, sea donde sea, siempre pasa por calles que no había visto nunca, ante la extrañeza de algún acompañante.

Hace doce años que vive en la Gran Vía, entusiasmada, lógicamente. (Pero siempre de alquiler, nunca se ha podido comprar un piso, salvo aquella única vez en el Hábitat Don 2000, en los primeros tiempos de su matrimonio, que terminó, entre otras cosas, en ruina económica).

Cuando sus hijos se emanciparon, vivió años sola en apartamentos asequibles a su presupuesto. El piso de la Gran Vía lo buscó porque ya vivían con ella su hija mayor y su nieto, y no quería que ellos siguieran durmiendo en una habitación del apartamento. Y por proximidad al colegio y a la academia de inglés de su nieto, por vida más cómoda para su hija...

Al principio pudo pagar el alquiler sin grandes problemas. Bueno, y los doce años restantes. Pero este año, el alquiler ha subido a mil euros largos. Y la comida, y la luz, y... bueno, todo el mundo lo sabe. Y por ejemplo, este 8 de marzo quedan en su cuenta corriente ciento y pico euros. Eso sí, el pedido mensual de comida hecho, los recibos habituales pagados... Y eso es lo que hay, por hablar como los modernos.

Su depresión mayor congénita, que estaba más o menos controlada, se ha alegrado muchísimo y ha podido volver a dominar a Ludovica, a ser una parte importante de su vida. La cabeza le falla mucho más, los olvidos y despistes son constantes. Y la tristeza. Y el llorar sin motivo, que casi había desaparecido. Bueno, ahora sí que tiene motivo.

Cuando está más o menos lúcida, Ludovica hace listas y listas:

-Cambiarnos de casa (y la mudanza? con qué la pago?)

-Dicen que el alquiler en Zaragoza está por las nubes.

-Necesitamos un piso de 3 dormitorios y 2 baños, uno de ellos que esté dentro de mi dormitorio, por mi incontinencia, los dodotis, la higiene, el no tener que salir de noche al pasillo y poder caerme. El otro baño para mi hija y mi nieto. (Nos da igual que sean duchas)

-Que tenga el ascensor a pie de calle, por mi andador. Que no tenga un escalón por ningún sitio. que las puertas sean anchas, también por el andador.

-Que la zona esté más o menos bien asfaltada, que las aceras tengan rebaje. (De nuevo el andador). A las ciudades, al menos a la mía, le importan tres pitos los discapacitados físicos. Y eso es amargo.

- Nueva farmacia de confianza, nueva óptica de confianza, nuevo dentista de confianza, ahora que ya los tiene a todos en su misma calle y puede ir sola perfectamente

- Terminar la terapia con la Psiquiatra, por el maldito dinero

- ....

Aparecen de nuevo las lágrimas inconsolables. Porque Ludovica sabe que los pisos con las características que ella necesita, no están mas que en el centro. En su adorado centro. A mil euros o más.

Y si no, como decimos por aquí, en el quinto pino. En sectores que ella no conoce, donde no se oriente, que finalmente no se atreva a salir sola con su andador. Y que ya se quede permanentemente encerrada en casa. Por el maldito miedo a perderse, a no saber volver a casa, a tener que tirar de teléfono y molestar a alguien. 

Lo que ha intentado con todas sus fuerzas no hacer jamás.