A veces no entiendes la vida.
O casi siempre.
Todo lo que te rodea ha cambiado
sin pedirte permiso,
sin que lo hayas pedido.
¿Y quién iba a escucharte a ti?
Impera la rabia, el rencor, la mentira.
La envidia.
Nos creemos únicos,
importantes.
Y de alguna manera, lo somos,
siempre que aceptemos a los demás
tan importantes y únicos como nosotros.
Esto ya no se entiende así.
Y tú te sientes extraña, sola, atemorizada.
Además, la naturaleza agoniza
ante la indiferencia humana.
Sólo el dinero y el poder importan,
sea lo que sea para lo que sirvan.
Siempre que das limosna, a alguien le
molesta.
Nadie quiere pensar en
la impalpable línea
que separa el bienestar de la indigencia
en este mundo que hemos creado.
Y tú sabes bien que es impalpable
y que puede aparecer de
súbito.
Últimamente no quieres que nadie tenga hijos.
Te angustia sobremanera
la vida que les espera a los niños.
Sobre todo, a tus nietos,
si algo o alguien no consigue
que cambie este horror.
Pero no está en tu mano,
que sólo te centres en lo afortunada que eres,
a pesar de los pesares.