El toro, grande, quieto,
me observa
muy serio tras la valla.
Intento
mirarlo fijamente a los ojos.
Es
imposible, los tiene muy separados.
No sé cómo
vamos a entendernos.
Pero
parece majo.
Si me
coge, ya no tendré que ir al colegio.
Por lo
menos en varios días.
“¡¡Rosa!!”
mi padre
gritando desde el coche
“¡¡Que nos
vamos!! Demonio de cría”.
Sin dejar de mirar el ojo derecho del toro,
me sujeto
a los palos con una mano.
Levanto
una pierna, luego la otra.
Me doy
impulso y caigo al otro lado de la valla.