sábado, 22 de abril de 2023

CUANDO HABLAN LOS MAYORES

 

Mamá debe de estar enferma, piensa Nana. Pero nadie me dice nada. Algunas tardes, mamá se levanta y sale al salón a lo de las visitas. A veces hasta se viste y se pinta un poco, sobre todo cuando vienen sus amigas con los maridos. Otras veces, con las tías o alguien de la familia, sólo se pone una bata sobre el camisón, y la toquilla bonita por los hombros. Desde la puerta de su habitación, Nana observa esas marcas negras nuevas bajo los ojos de su madre.

Todo empezó aquel día en que mamá se cayó en la calle y el portero con dos guardias la subieron a casa, tan asustada y con la ropa rota y desordenada. La primera novedad fue que apareció un ama para cuidar a los pequeños, así están ellos de raros. Y además venía mucha gente a casa por las tardes, no sólo las tías; a veces Nana no lograba ver a papá hasta la hora de dormir, en el beso de buenas noches. Y con las visitas comenzó a cerrarse la puerta del salón, y Nana ya no podía entrar.

Nana nunca se había planteado lo de escuchar a los mayores a escondidas, como sus amigas del colegio, porque siempre la permitían estar con ellos. Y los mayores nunca hablan de nada interesante, casi todo lo sabía ella de antemano. Entonces, solía repartir besos, que era lo que a mamá le gustaba, y se iba a jugar, o a ver los dibujos si tenía permiso.

Un día lo intentó, pero escuchar a los mayores a escondidas resultó mucho más aburrido de lo que decían en el colegio. A lo mejor debería intentarlo la próxima vez con las tías, cuando vinieran a ver a mamá.

Pero un día llegaron esos dos señores tan serios, por eso decidió probar otra vez lo de escuchar a escondidas cuando los vio sentados en el despacho de papá, a través de la puerta entornada. Era bastante fácil, porque el despacho estaba junto al recibidor, en penumbra; y seguro que, después de recoger la merienda, nadie de la casa la imaginaría ahí detrás.

Nana escuchó muy atenta la conversación, pero la olvidó al instante. Su mente ignoraba esas palabras, no permitía que se grabasen. La palabra agresión no la había oído nunca, violación tampoco. Y el tono de las voces, rarísimo, como de secreto.

Volvió al cuarto de jugar sin que se hubiese notado su ausencia. El ama levanto los ojos: ¿Ya has hecho los deberes? Nana, afirmando con la cabeza, se sentó a jugar con los pequeños, por una vez. Al día siguiente, en el colegio, trataría de averiguar qué era eso tan interesante que sus compañeras escuchaban a los mayores. Aunque ella no pudiese contar su conversación espiada, porque la había olvidado de golpe. Solo recordaba las voces, y la verdad es que preferiría olvidarlas también, sobre todo la de su padre, tan distinta a la suya de siempre.

Por favor, que mamá se ponga buena pronto.