Mamá debe de estar enferma, piensa Nana.
Pero nadie me dice nada. Algunas tardes, mamá se levanta y sale al salón a lo
de las visitas. A veces hasta se viste y se pinta un poco, sobre todo cuando
vienen sus amigas con los maridos. Otras veces, con las tías o alguien de la
familia, sólo se pone una bata sobre el camisón, y la toquilla bonita por los
hombros. Desde la puerta de su habitación, Nana observa esas marcas negras nuevas
bajo los ojos de su madre.
Todo empezó aquel día en que mamá se cayó en la
calle y el portero con dos guardias la subieron a casa, tan asustada y con la
ropa rota y desordenada. La primera novedad fue que apareció un ama para cuidar
a los pequeños, así están ellos de raros. Y además venía mucha gente a casa por
las tardes, no sólo las tías; a veces Nana no lograba ver a papá hasta la hora
de dormir, en el beso de buenas noches. Y con las visitas comenzó a cerrarse la
puerta del salón, y Nana ya no podía entrar.
Nana nunca se había planteado lo de
escuchar a los mayores a escondidas, como sus amigas del colegio, porque
siempre la permitían estar con ellos. Y los mayores nunca hablan de nada
interesante, casi todo lo sabía ella de antemano. Entonces, solía repartir
besos, que era lo que a mamá le gustaba, y se iba a jugar, o a ver los dibujos
si tenía permiso.
Un día lo intentó, pero escuchar a los
mayores a escondidas resultó mucho más aburrido de lo que decían en el colegio.
A lo mejor debería intentarlo la próxima vez con las tías, cuando vinieran a
ver a mamá.
Pero un día llegaron esos dos señores tan
serios, por eso decidió probar otra vez lo de escuchar a escondidas cuando los
vio sentados en el despacho de papá, a través de la puerta entornada. Era
bastante fácil, porque el despacho estaba junto al recibidor, en penumbra; y
seguro que, después de recoger la merienda, nadie de la casa la imaginaría ahí
detrás.
Nana escuchó muy atenta la conversación,
pero la olvidó al instante. Su mente ignoraba esas palabras, no permitía que se
grabasen. La palabra agresión no la había oído nunca, violación tampoco.
Y el tono de las voces, rarísimo, como de secreto.
Volvió al cuarto de
jugar sin que se hubiese notado su ausencia. El ama levanto los ojos: ¿Ya
has hecho los deberes? Nana, afirmando con la cabeza, se sentó a jugar
con los pequeños, por una vez. Al día siguiente, en el colegio, trataría de
averiguar qué era eso tan interesante que sus compañeras escuchaban a los
mayores. Aunque ella no pudiese contar su conversación espiada, porque la había
olvidado de golpe. Solo recordaba las voces, y la verdad es que preferiría
olvidarlas también, sobre todo la de su padre, tan distinta a la suya de
siempre.
Por favor, que mamá se
ponga buena pronto.