El día 4 fui a despedirle al aeropuerto. Pocas veces lo hacía, cuando se
iba[1]. Pero ese fin de semana
había estado tan encantador, que pensé que así le daba una muestra de cariño.
Él no parecía ser de la
misma opinión. Todo el trayecto en mi coche hasta el aeropuerto estuvo tenso,
como nervioso, apenas sin hablar. Intenté comprarle periódicos, pero me miró
con ligero aire de perdonavidas: los dan en el avión, guapa, no hace
falta. Tampoco quiso desayunar en el bar, porque también lo haría en el
avión. No quería hacer nada conmigo. Yo sonreía y no decía nada.
O sea, que volvía a ser
él. El hombre. Cuando llamaron a los pasajeros del vuelo 512, me puso la mano
en el hombro, me dio un ligero beso en la sien y, mirando hacia la puerta de
embarque, musitó: adiós, guapa.
Me senté en el bar y
pedí mi café con leche y mi tostada de aceite. Yo sí necesitaba desayunar.
¿Adiós? ¿Qué era eso de adiós?... si hace tres años que viene a verme todos los
fines de semana, sin fallar uno, y que pasamos juntos quince días al año en la
primera isla que pillamos de oferta.
Por cierto, esta vez no
hemos hablado del verano, que ya está cerca. Pero es que han sido tres días tan
apasionados, con tantos mimos y arrumacos que no hemos hablado apenas de nada.
Hacía tiempo que no
estábamos así. Sí, claro, el sexo funciona muy bien, pero él no es un hombre
expresivo, es más bien serio y callado. Cierto es que yo lo acepté así desde el
principio.
Nos conocimos de forma
muy típica, en un bar. Yo entonces estaba con Javi, extrovertido, exuberante,
ruidoso, siempre moviéndose, haciendo planes, hablando por teléfono. Una noche
en el bar del finde, yo super aburrida en un rincón y la pandilla de Javi con su
jolgorio sin hacerme ni caso. Alguien me miraba desde la barra, enseguida te
das cuenta de eso. Era un hombre alto y moreno. Lo miré y él me mantuvo la
mirada y sonrió un poco. Era guapísimo, y ahí estaba, solo.
Les dije a la panda que
iba a por más cervezas y recibí varios vivas. Me acerqué a la barra, a su lado
había un hueco. Seguía mirándome, con esos ojos negros. Entonces le sonreí yo.
Sacó una agenda y una pluma y en una página en blanco escribió algo. La
arrancó, la dobló y la alargó hacia mi mano. La cogí rápido y me la guardé en
el bolsillo de los vaqueros, muerta de curiosidad. El camarero puso entonces
las cervezas ante mí.
La panda, desde la mesa,
exigía sus birras a voz en grito y tuve que llevárselas. Brindaron por mí y
siguieron con su juerga. Entonces me volví hacia la barra, y él ya no estaba.
Me senté y di un trago a
la botella. Me veía inmersa en una situación como de película. Claro que podía
ser romántica o de terror. No habíamos cruzado ni una palabra, y yo no podía
sacar del bolsillo el papelito y leerlo. Parecía que Javi no se daba cuenta de
las cosas, pero cuando menos te lo esperabas, sí se daba. Casi siempre para
peor.
Aguanté sin leer el
papel hasta la mañana siguiente, los vaqueros plegados encima de la silla y
Javi desaforado encima de mí. Casi deseaba que se fuera, y por fin lo hizo,
arrastrándome desnuda hasta la puerta para otros tantos besos de despedida. Yo
pensaba, que no baje ningún vecino, por favor. Pero pude cerrar, eché la llave
sin saber por qué, y corrí hacia el dormitorio. Que no se haya caído el papel
del bolsillo.
No, allí estaba. Y, con
una letra muy buena para ser de hombre, decía: Me llamo Rick. Este es mi móvil.
Vivo fuera de España, pero puedo venir a verte todos los fines de semana, de
viernes tarde a domingo a mediodía. Si te parece bien, llámame.
Casi me temblaba la
mano. En un arranque de sentido común, estuve a punto romper el papelito y
tirarlo. ¿Qué se había creído? Y ¿tanto misterio? Además, cómo le iba a llamar
si él no sabía mi nombre ni mi número…
Volví a leer el papel.
¿Vivía fuera de España, pero podía venir “a verme” todos los fines de semana?
Vaya hombre misterioso. Rick, como el protagonista de Casablanca. Vamos a ver,
¿anoche qué día era? Sábado, claro. Cómo íbamos a estar en el bar con la panda
si no fuese sábado. Por eso él estaba en España.
Me movía entre el temor
de meterme en un lío gordo y un incipiente deseo de llamarlo. Por curiosidad,
sobre todo ¿Qué me podía pasar? Quedaría con él una vez, y si no salía bien,
pues adiós. Después de haber borrado su número, claro. Y por supuesto, mi
número del suyo.
¿Y Javi? ¿Cómo no me
daba cuenta de que, si llamaba a Rick, antes tendría que haberme librado de
Javi? Los fines de semana es cuando más lo veo…
Pasé la mañana dándole
vueltas al asunto, pero cada vez más convencida de que quería llamarlo. No hice
nada, no escribí ni una letra. Comí un bocadillo de tortilla francesa con
tomate. Con el pijama todavía y sin ducharme.
Vi que había añadido en
contactos a Rick y su número, y había borrado el de Javi. Me quedé estupefacta.
Menos mal que el de Javi me lo sabía de memoria…
Por lo visto estaba
volviendo por mis antiguos fueros de mujer arriesgada y amante de la aventura.
Porque loca no estarás, ¿verdad? Me contesté con un no rotundo y fui consciente
de que el tema Rick había pasado a convertirse en lo que yo llamo una decisión
tomada y firme. Y pasé a planificar para llevarla a cabo con éxito.
Sería acertado cambiarse
de piso y de barrio. Lejos de donde se movía Javi. Menos mal que Madrid es muy
grande. Lo mejor, una zona residencial, un ático bonito. Siempre lo había
querido hacer y ese era el momento. No soy muy gastadora y tenía dinero en el
banco.
Lo siguiente, cambiar de
móvil y de número. De todos modos, yo era la que tenía que llamar a Rick.
Todo esto lo puedo hacer,
claro, porque soy una mujer sola e independiente, que no tengo que dar
explicaciones a nadie. No tengo familia: mis padres murieron y mis hermanos ni
sé por dónde paran. Soy autónoma, trabajo de freelance y en lo que salga.
Pero, esta declaración
de independencia y autosuficiencia ¿cómo casa con que estés montando este lío
únicamente para llamar a un hombre que has visto diez minutos en un bar, y con
el que no has hablado ni una palabra? Bueno, no nos pongamos feministas, la
libertad es la libertad. Y el seguir tus propios instintos, lo mejor.
Tal era mi filosofía de
vida hace tres años. Y lo hice todo, vaya si lo hice. Javi desapareció como por
encanto, con cierto alivio por mi parte. Desde entonces vivo en un ático
abuhardillado precioso, en una zona estupenda. A mis trabajillos no les afecta,
además me he podido permitir rechazar los que surgen en fin de semana, desde
que viene Rick.
La primera llamada fue
muy bien. Tenía alguna duda de que se acordase de mí, porque el cambio de casa
y todo eso duró más de un fin de semana. Pero no.
-Hola ¿Rick?
-Si, soy Rick, ¿quién
es?
-Me llamo Alba. Me diste
una nota en un bar de Madrid con tu número…
Leve risa y voz tierna:
-Por fin, la chica
aburrida. Me alegro de oírte.
-Es verdad, estaba
aburrida. Pero me dejaste intrigada.
-Y ahora eres valiente.
¿Nos veremos este viernes, entonces?
-Bueno… ahora estoy muy
liada, me he cambiado de casa, si quieres quedamos en el Starbucks…
-Ok. A las ocho. Chao.
Desde ese momento, me
pude dar cuenta de que no era muy locuaz.
Y así empezó todo. Al
principio, de maravilla. Parecíamos hechos el uno para el otro, sobre todo en
la cama. Lo demás, después de Javi, era un remanso de paz. Le gustaba mucho
leer en los ratos muertos, menos mal que a mí también. O yo aprovechaba para
escribir. Y le encantaba pasear, pero siempre en silencio. Las preguntas le
molestaban y las charlas intrascendentes, también.
Los lunes, yo volvía a
mi vida diaria muy relajada, la verdad. Incluso, si surgía, me permitía salir
un poco con algún otro, algo esporádico, y tampoco lo hice muchas veces.
Rick no hablaba de sí
mismo. Nunca supe en qué trabajaba, ni nada sobre su familia, si es que la
tenía. Dejé de preguntarle al comprobar que nunca me iba a contestar. Y en
realidad, tampoco me importaba mucho. Me consideraba una mujer super original,
que mantenía una relación misteriosa. Como en las películas…
Llevábamos un año, más o
menos, cuando me di cuenta de que las películas también pueden ser aburridas.
Ya no me hacía tanta ilusión que viniera, pese al disfrute sexual. Por primera
vez pensé que el sexo es muy importante, pero no lo único de la vida.
Justo por entonces fue
cuando Rick comenzó a ser más serio y hermético de lo habitual, que ya es
decir. O sea, comenzó a romperse el encanto. A pesar de todo, es posible que,
por inercia, continuamos dos años más.
Hasta este fin de
semana, que ha sido tan raro. Por un lado, tan grato y feliz para los dos, y
por otro el brusco cambio de Rick en el aeropuerto, volviendo a ser desabrido y
antipático.
Recuerdo su adiós,
guapa. Adiós, Rick.
Habrá que ir cambiando
de escenario de nuevo. Y de contactos en el móvil.
En el coche, volviendo a
casa, pienso que demasiado bien ha salido la historia para haber comenzado con
una cita misteriosa en un bar. No me arrepiento de nada. No me he enamorado. Ni
él tampoco, por supuesto. Me alegro de haber tomado la decisión seria y firme,
en aquel olvidado momento de mi vida, de desterrar el enamoramiento en mis
relaciones con los hombres. ¿No lo hacen ellos, la mayoría de las veces? Y
sobreviven estupendamente.
Como yo. Independiente,
libre, con la cabeza fría, dueña de mi sexo. Y sola.
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[1] Frase escogida al azar en: Javier Marías, Berta Isla. Alfaguara, 2017.