Marta tumbada en una hamaca de cubierta, con las gafas enormes, el ala de la pamela sobre el ojo morado y pensamientos a mil por hora:
Pero qué pesado es: "ale, guapina, a
dormir un rato, que te vas a socarrar”; nunca renuncia a su sagrada siesta. No
puedo negarme, porque entonces me retuerce un brazo. Hoy lo he seguido, para
congraciarme, pero tampoco ha salido bien
Suspira y se vuelve de espaldas en la hamaca. Y aquí estoy; el mar, el cielo,
la Voz y yo.
Por los altavoces anuncian una parada
técnica. Marta se incorpora, se anuda el pareo y se calza las sandalias. Se
acerca a la barandilla: parece una isla pequeña.
Esta es la ocasión, guapina, susurra la Voz de esa manera atronadora
que sabe hacerlo
Dominada por la Voz y sin tratar de
comprender, se acerca a la escalerilla y baja del barco. Echa a correr desalada hacia ese lugar desconocido. Toc-toc-toc, su corazón protesta, pero ni caso:
Tengo que huir. Huir de Alberto, ¿quién se
lo hubiera imaginado, cuando nos casamos?... No vuelvas la cabeza, no mires atrás.
Sigue corriendo. Atisba un bosque, al
menos muchos árboles, y casi exhausta se interna entre ellos. Es una subida
dura, como si fuera un monte cubierto de ramas, hojas y piedras. Las
dichosas sandalias resbalan, tropieza y se cae. Pero sin graves consecuencias.
Se queda sentada hasta que duela menos. Allí abajo, entre ramas, localiza el
barco, que está zarpando lentamente.
Bien. Lo he conseguido. Si descanso y me
tranquilizo, encontraré algún pueblo o lo que sea con teléfono.
El sol comienza a declinar. Marta continúa
caminando con los pies hechos polvo. Nada. Ni rastro de civilización, pueblo,
aldea, teléfono... Y ella con bañador, pareo, gafas de sol y sandalias.
Además, presiente bichos y oscuridad
profunda. Tiembla con violentos escalofríos. Pero la Voz insiste: no
podías permanecer allí ni un minuto más y lo sabes. Ella intenta
rebelarse:
¿Ni un minuto más? Veamos, tampoco he
intentado otras posibilidades: hablar con el capitán, denunciar a Alberto,
solicitar otro camarote, abandonar el barco en la siguiente escala normal...
Ya casi es de noche. A su
alrededor, árboles enormes, tierra y las primeras estrellas. Se plantea bajar
de nuevo a la playa, intentar dormir en un hueco de la arena. Mañana rodeará la
isla, porque tiene claro que es una pequeña isla.
La arena ya está fría, pero es lo que hay,
como diría Alberto. Consigue hacer un hueco grande: Como el de una
tumba, susurra la Voz, pero Marta grita y la Voz enmudece.
Se cubre hasta la cintura con más arena, todas las estrellas del mundo sobre su
cabeza, el pareo doblado como almohada. Está helada. Pero mañana todo se
arreglará.
Y al cerrar los ojos, lo ve todo. Su
sigilosa visita al camarote, los atronadores ronquidos de Alberto, el enojo de
la Voz. El cuchillo grande del comedor escondido entre los pliegues del pareo. La oscura sangre de
Alberto esparciéndose por la cama. El silencio. El terror. Su cabeza en blanco.
A lo lejos se escucha la sirena del banco más cercana, y el resplandor de los focos apunta a que vuelven a buscarla. ¿Cómo han podido encontrarlo tan pronto? ¿Estará vivo...? Si era el cuchillo grande.... ¿Y mi ojo, qué?